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Tepotzotlán, un Pueblo Mágico con mucha historia
Tepotzotlán significa “Entre jorobas”, en referencia a que se encuentra entre cerros y, más en concreto, junto al Cerro del Jorobado. Es uno de esos lugares cercanos a la mancha urbana que son lo suficientemente bonitos para ostentar la distinción de ser uno de nuestros Pueblos Mágicos y además fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2010.
Un legendario rincón en el Estado de México
Entre el montón de atractivos que tiene hay uno que llama poderosamente la atención: Tepotzotlán es muy rico en cuanto a leyendas y anécdotas. Si lo visitas, encontrarás un par de recorridos turísticos que sin duda te dejarán con un agradable sabor de boca, además de la idea de que este pueblo mágico merece mucho más turismo del que suelen atraerle los paseos en globos aerostáticos: el Recorrido de leyendas sobre ruedas, a bordo de un pintoresco turibús bautizado como “El Ciclón” en el que podrás disfrutar la amena narración de María Arriera, y el paseo con Alberto Picos caracterizado como el simpático Monje de Tepotzotlán. Ambos te mostrarán que este bello pueblo tiene para sus visitantes mucho más de lo que esperan.
Entre las leyendas más interesantes está la de El ánima del mechal, que habla sobre los tlachiqueros, hombres dedicados durante la época colonial a extraer de los magueyes el aguamiel y otras materias primas como el mechal, un bagazo fibroso que las amas de casa de antaño mezclaban con la masa de las tortillas para darles un sabor diferente y muy rico. Las señoras mandaban a sus hijos o esposos por el mechal antes de que amaneciera porque todo mundo quería y se acababa rapidísimo. La leyenda dice que en la Ex Hacienda de Xochimanga, donde se sembraba mucho maguey, los tlachiqueros se quejaban de que rondaba el ánima del mechal: una mujer que por las madrugadas andaba vestida de negro a la usanza de antes, penaba y se quejaba, asustándolos.
Tepotzotlán, tierra de brujas
Debido a esto, los tlachiquieros salían en grupos a a raspar el maguey y sacar el aguamiel, pero no contaban con las brujas, que se convertían en fuegos fatuos y andaban volando entre los árboles y los matorrales del lugar. Tenían pavor porque a varios de sus compañeros las brujas se los llevaban, abandonándolos después en terrenos lejanos a la zona, encima de las nopaleras o metidos en los ríos, aunque las historias sobre brujas no quedan ahí; desde la época prehispánica se dice que adquieren el aspecto de serpientes, guajolotes o perros para hacer el mal. Cuando una madre tenía un bebé, lo llevaba a bautizar tan pronto como le era posible y ponía cruces en puertas y ventanas para evitar que ellas pudieran hacerle algún daño al pequeño.
En el pueblo es muy conocida la historia de una mujer que, mientras estaba amamantando a su bebé, escuchó caer algo en el techo de su casa, que estaba a mitad del campo. Asustada, abrió la puerta para que entrara la luz de la luna (recordemos que en aquel entonces sólo podían iluminarse con velas y aun así la visibilidad era muy pobre) y en ese momento se metió una bruja, llevándose a su bebé.
Se dice también que en la loma del Cerro del Jorobado hay un ojo de agua de aproximadamente cuatro metros de diámetro por tres de profundidad que en época de lluvias se llena y las brujas aprovechan para llevar a cabo sus aquelarres y bajar después al jardín frente al Museo del Virreinato, que forma parte del atrio de la antigua iglesia, conocido como Patio atrial de los olivos debido a la especie que lo habita; la leyenda cuenta que los árboles están secos porque ellas les chupan la savia para alimentarse.
Otros seres mitológicos de Tepotzotlán
Por supuesto, en el imaginario colectivo de este bello pueblo no podía faltar nuestra entrañable Llorona, de la que cada región tiene su propia versión. En Tepotzotlán cuentan que se aparece en el río seco la que era conocida como Madre Cihuacóatl, quien incluso desde antes de que llegaran los españoles ya se lamentaba por sus hijos mexicas. La versión mestiza, en un tenor muy diferente, habla sobre una indígena que se enamoró de un español, quien la abandonó con todo e hijos y ella, presa del dolor y el despecho, los mató. En penitencia, esta mujer alta, pálida, de cabello negro que cae a mechones sobre los prominentes pómulos y las cuencas de los ojos vacías, vaga por la eternidad en las calles de este pueblo mágico buscando a sus pequeños.
María Arriera asegura que hay tantos fantasmas en el pueblo que incluso sin querer llegan a aparecer en las fotografías que hacen los turistas aún a plena luz del día, sobre todo en las inmediaciones del panteón municipal, cuyo origen se debe a que con la llegada de los españoles arribó también la influenza; mucha gente murió en el pueblo porque no tenía anticuerpos para combatir la nueva enfermedad, los cementerios (que solían estar en los atrios de las iglesias hasta que llegaron las leyes de reforma instauradas por Benito Juárez hacia 1859) se llenaron y hubo que construir un nuevo panteón.
Los históricos
Sin embargo, no todos sus personajes célebres pertenecieron siempre a ultratumba. En 1954 llegó a vivir ahí un señor llamado Ernesto Guevara De la Serna. ¡Sí! Ni más ni menos que el bienamado (y convertido en cliché pop por sus fans) Che Guevara. Inicialmente estudiaba medicina y trabajaba como fotógrafo en el Parque México, pero como embarazó a su novia, una peruana llamada Gilda Gadea, se tuvieron que casar, consiguió los documentos necesarios para la boda y se convirtió en habitante ilustre de Tepotzotlán por un tiempo.
Otro de sus residentes distinguidos fue José Joaquín Fernández de Lizardi, autor de El periquillo sarniento y del periódico El pensador mexicano —a quien puedes conocer un poco más aquí—. Como le tiraba con todo al virreinato a través de sus ideas transgresoras y otras finas y burlescas publicaciones lo metieron a la cárcel, así que ahora queda como testigo de su audacia esa vieja casona amarilla del siglo XVIII donde vivió.
Tepotzotlán tenía su propio Robín Hood, quien no le pedía nada al original habitante de los bosques de Sherwood. Don Ángel Vega, el carnicero del pueblo, no tenía siquiera un local para ofrecer su mercancía, así que se acomodaba debajo de los arcos, sacaba una mesa de madera y una báscula antes de ponerse a filetear carne para las mujeres del pueblo. ¿Por qué se le conocía como “El Robin Hood de Tepotzotlán”? Sencillo: a las ricas les vendía la carne carísima, mientras a las más necesitadas les daba precio amigo. Así de noble era él.
Vestigios del pasado
Además de las leyendas y personajes ilustres, sus propios lugares se encargan de incrementar la magia de Tepotzotlán. El centro histórico del pueblo posee una red subterránea de catacumbas y túneles que en otros tiempos eran utilizados por los jesuitas para escabullirse, ya que no eran muy queridos por el gobierno —algo muy común desde California hasta Argentina—; en épocas de conflicto escapaban por esos túneles para llegar hasta las haciendas que ellos administraban, entre ellas Jalpa, La Gavia, Lanzarote, La Concepción y la ya mencionada Xochimanga.
Otro lugar histórico es la Farmacia de Picas, fundada por el primer boticario del pueblo a principios del siglo pasado y que al día de hoy aún da servicio; pero definitivamente la joya de la corona es el Museo Nacional del Virreinato, inaugurado en 1964 y que, dentro de su historia, cuenta con el nada honroso honor de haber sido contemplado originalmente para alojar la cárcel del Palacio de Lecumberri, cosa con la que los pobladores del lugar no estuvieron de acuerdo y lograron impedir. En su lugar, ahora tenemos un increíble museo entre cuyos laberínticos muros se encierran armaduras, libros, documentos y arte que dan testimonio de una de las épocas más importantes de nuestro país; en su interior se encuentran los retablos del templo de San Francisco, pertenecientes al estilo barroco estípite churrigueresco, cubiertos por láminas de oro de 23.5 kilates.
También se aprecian dentro de sus jardines la fuente original del Salto del agua (cuya réplica podemos apreciar actuante sobre el Eje Central del Distrito Federal) y el Ahuehuete de Lanzarote, que tiene más de 400 años de vida.
Existió también en el pueblo una tienda llamada La golondrina; tenía un muy buen surtido de productos: arroz, frijoles, telas, especias, chile y también vendía pulque. Entre las amas de casa que aprovechaban para echarse sus pegues cuando iban al mandado estaba Doña Gertrudis, a quien un día se le pasaron las cucharadas y ya estando en la calle, al encontrar a su marido, se asustó tanto que se cayó. Este, muy molesto, la agredió. Envalentonada por el pulque, Doña Gertrudis respondió y se hicieron de golpes hasta que llegó a separarlos un gendarme, dejando ir al marido y llevando a la mujer a la cárcel. Todavía más encabronada, Doña Gertrudis provocó en la cárcel tal incendio que le tuvieron que abrir la puerta, dejándola ir aún borracha y enojada para nunca más aparecerse en el pueblo, abandonando al marido y los hijos.
Tepotzotlán también acuña refranes y dichos populares. La frase “Arrieros somos y en el camino andamos” tiene origen en el Camino Real de Tierra Adentro, también conocido como Camino de la Plata, que en la época colonial atravesaba el pueblo trayendo consigo a los arrieros en las carretas que venían de las minas de plata de Zacatecas o San Luis Potosí.
Por otro lado, tenemos esta otra frase clásica de nuestro vocabulario, “Se lo chupó la bruja”, que tiene su origen en lo que platicaba unos párrafos arriba sobre el gusto que tenían estas señoras por robarse a los niños pequeños y alimentarse de ellos. Pero quizá lo más importante es que acuña en el visitante un deseo muy intenso por volver y seguir conociendo todas esas maravillas que encierra, disfrutar la deliciosa comida del lugar, recorrer sus calles y hacer un montón de fotos.
¿Ya conocías Tepotzotlán y el montón de historias que guarda para sus visitantes? Cuéntame en los comentarios de este artículo qué te ha parecido, o bien en mis redes sociales:
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