Ubicado en la esquina de Revillagigedo e Independencia, casi frente al Teatro Metropolitan, el Museo de Arte Popular resulta sumamente atractivo si estás dando la vuelta en la periferia del Centro Histórico de la Ciudad de México. Un enorme alebrije te dará la bienvenida antes de entrar al patio principal y encontrar el cubo de la escalera o bien, el elevador que permite una bonita vista panorámica de lo que vas a disfrutar. Si te animas a visitarlo ve bien abrigado porque la administración deja el aire acondicionado a todo lo que da y no entres sin haber comido antes (sobre Independencia está La Texcocana, una tortería muy pequeña que apenas notas pero que vende unas tortas de carnitas acompañadas de una salsa que está de 10), porque lo que encontrarás durante el recorrido te mantendrá entretenido por lo menos un par de horas.
¿Por dónde empezar?
Si bien las salas no están ubicadas en un orden específico, te recomiendo comenzar la visita desde arriba y continuar en forma descendente. Así podrás conocer primero la Esencia del Arte Popular Mexicano, donde descubrirás a través de un mapa mural obra del ilustrador y pintor Miguel Covarrubias, videos explicativos de la relación entre arte y medio ambiente, y excelsas muestras del arte autóctono de cada región, que buena parte de la grandeza de nuestros artesanos reside en la sabiduría y sentido de lo práctico de que hacen gala al conocer los materiales que el entorno, por sí solo, les brinda, para después convertirlos en trabajos que van de lo sublime —de ser merecidamente considerados auténticas y valiosas piezas de museo— a lo sencillo (pero no por eso, menos bello) de la vida diaria de nuestros pueblos, lo que se puede apreciar en la sala El Arte Popular y la vida cotidiana.
El talento se hace notar en los elaborados vestidos de la mujer oaxaqueña y en las exquisitamente curtidas y trabajadas pieles que forman parte esencial de la indumentaria tradicional tamaulipeca; se ve en los enseres de cocina y en los utensilios que no pueden faltar en la mesa de una familia tradicional mexicana: platos, vasos, copas, charolas de distintos materiales y acabados. Se nota también, ¡Cómo no! en los bellos juguetes que durante generaciones hicieron felices (y lo siguen haciendo, o al menos yo aún los encuentro fascinantes, con todo y que estamos rodeados de consolas y gadgets) a tantos niños: camioncitos que puedes jalar con un lazo (“troquitas”, me comentó mi papá que les decían allá en su pueblo de Zacatecas, cuando él era niño), ruedas de la fortuna, gallitos de pelea que no sangran ni mueren pero sí entretienen, trompos y baleros, carruseles, caballitos de madera para montar.
El arte se cuela en cada uno de los aspectos idiosincráticos mexicanos y la religión no podía ser la excepción. La sala El Arte Popular y lo sagrado abarca, principalmente, el dogma católico desde su aspecto de importación y la fusión con las creencias populares de cada una de las regiones que tocó en este país.
Así, encuentras desde representaciones de la crucifixión realizadas en distintos materiales hasta las máscaras rituales propias de nuestras culturas desde tiempos prehispánicos, en que se utilizaban para unir la carnalidad de sus portadores con la inmensidad del cosmos. Gracias al paso del tiempo y la fusión cultural, la integración de estos elementos a los medios utilizados por los españoles para convertir al catolicismo a los indígenas resultó en obras de arte que, en estos tiempos, además de constituirse en las piezas más llamativas de cualquier coleccionista, engalanan festividades como la Pascua y el Día de Muertos con sus alegres colores y diseños.
¡Por cierto, y hablando del Día de Muertos! esta festividad no podía quedarse fuera, así que dentro de esta misma sala existe un pequeño apartado dedicado a ella en la que nuestra entrañable Catrina hace acto de presencia en las más divertidas posturas y situaciones.
Otro de los rasgos más característicos de la cultura popular mexicana es su imaginario colectivo, poblado de seres tan increíbles como la mente pueda concebirlos. La última sala de exhibición permanente, llamada El Arte Popular y lo fantástico, alberga apenas una mínima parte del magnífico bestiario que habita, según las leyendas, las selvas, bosques y desiertos de nuestro país; los sueños y pesadillas por las noches, debajo de las camas y los rincones más oscuros e inaccesibles de las casas (no, no me refiero a las cucarachas): Alebrijes y nahuales te tomarán de la mano para guiarte y acompañarte durante este recorrido lleno de color y tradición.
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