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Reflexiones acerca de la Parroquia de Nuestra Señora de Fátima
Entrar en un lugar como la Parroquia de Nuestra Señora de Fátima en Zacatecas, cuya construcción duró prácticamente 50 años, me produjo sentimientos encontrados.
Contrario a lo que se puede ver en otras iglesias, su interior es austero: no está lleno de cuadros y estatuas de santos. Una virgen al fondo es todo lo que necesitan los creyentes que se acercan al templo al caer la tarde para elevar sus plegarias; entre ellos, una chica de no más de 25 años con aparente daño cerebral —notorio por el engarrotamiento permanente en sus manos y la expresión serena de su rostro—. Sonríe con ternura mientras sus labios murmuran una plegaria sin importarle nada más, concentrada únicamente en agradecer a las entidades en que cree.
Fue raro, pero la inocencia y paz que irradiaba casi me provocaron ganas de sentarme en una de las bancas y hacer lo mismo para buscar respuestas a preguntas que ni siquiera tengo claras dentro de mi mente. Me dieron ganas de llorar.
Del otro lado, está el mismo pensamiento de cada vez que me encuentro con una iglesia de notable belleza arquitectónica, sobre todo si se trata de una construcción de estilo gótico o neogótico: «Ojalá un día se convierta en algo mucho más provechoso para la Humanidad». ¿Por qué las personas como aquella chica no pueden aspirar a algo más? ¿Acaso no merecen algo mejor de qué sostenerse? ¿Algo distinto a una fe que, más que un refugio, parece un premio de consolación?
El arco apuntado, la bóveda nervada, las columnas, la fachada abocinada y los contrafuertes; todo apunta hacia arriba, y mi agnóstica mente fantasea con lo maravilloso que sería que esa alegoría se convirtiera en un referente al crecimiento intelectual, cultural y filosófico del ser humano.
Imaginé esas paredes atestadas con estantes pletóricos de libros; a las personas yendo por sí mismas a ese nuevo recinto del saber, asimilando (con algunos siglos de atraso, pero más vale tarde que nunca) que lo que necesitan no está entre promesas de nubes y arpas, sino plasmado con tinta en gruesos volúmenes repletos de conocimiento.
Desee que todas las ramas de la ciencia —formales, naturales, humanas, sociales, aplicadas; física, química, astronomía, biología, geología— estuvieran disponibles ahí para compensar todos esos siglos en que era más fácil ser acusado de herejía y terminar ardiendo en una hoguera (en el mejor de los casos) que admitir que la Tierra no es plana.
Piotr Kropotkin dijo que «La única iglesia que ilumina es la que arde». Contrario a lo que los blackmetaleros noruegos de los 90’s piensan, la forma correcta de hacer arder una iglesia no es destruyendo joyas arquitectónicas, sino convirtiéndolas en lo que sus dirigentes pretendieron negar a la humanidad desde siempre: faros de sabiduría al alcance de todos.
¿Me donas un cafecito?