No hay productos en el carrito.
Arcos del Sitio, la maravilla en medio de la Sierra de Tepotzotlán
Visitar Arcos del Sitio —en Tepotzotlán, Estado de México— un lunes por la tarde tiene sus pros y contras.
El bemol más notorio es que, por el día y la hora, prácticamente no encuentras ninguna de sus actividades en servicio; el lugar cuenta con paseos a caballo, tirolesa, gotcha, alberca con chapoteadero, además de una fuerte cultura ecológica que incluye reforestación, limpieza y mantenimiento.
Sin embargo, el detalle por el que gustoso cambio cualquier tipo de atracción turística es la total paz y silencio enmarcados por un cielo nublado, un paisaje casi yermo que espera la llegada de la primavera y una cañada que atraviesa la estructura barroca de cuatro niveles.
También conocido como Acueducto de Tepotzotlán o Arcos de Xalpa, Arcos del Sitio es un lugar imponente desde su historia hasta su presencia, pues fue construido con la intención de llevar agua desde la Sierra de Tepotzotlán hasta la Hacienda de Xalpa en dos etapas: la primera, a principios del siglo XVIII a cargo del padre Santiago Castaño, quien tuvo que dejar el control de la obra hasta 1767 debido a la expulsión de la orden jesuita; la segunda corrió por cuenta de Don Manuel Romero de Terrero, quien la terminó en 1854 gracias a la “mano de obra” (que dudo haya sido voluntaria y mucho menos bien remunerada) de campesinos locales.
A tres siglos de su conclusión y en tiempos en que su funcionamiento quedó relegado por la modernidad, Arcos del Sitio adquirió una nueva responsabilidad: sorprender a sus visitantes y recordarles que la majestuosidad de otras épocas está desperdigada entre los rincones más inesperados de esta belleza de país.
Si recorrer el acueducto es una aventura digna por sí misma, hacerlo cuando el cielo encapotado empieza a dejar caer no sólo lluvia, sino granizo, se convierte en algo liberador. Es delicioso caminar por ese estrecho pasillo de poco más de 400 metros de longitud y 62 de altura en su punto máximo, con la cara levantada y el pecho hinchado mientras agua, hielo y viento golpean y purifican. La combinación entre la obra del hombre y la naturaleza convierte cualquier problema en una nadería que se disuelve, se va al fondo de la cañada y fluye, justo como debería suceder siempre.
Realmente vale la pena darse una vuelta por allá; está a un par de horas de la Ciudad de México, la entrada cuesta 35 pesos y, además de las actividades que mencioné párrafos arriba, podrás comer alguna rica garnacha o tomarse una cervecita mientras sientes cómo el tiempo se te escurre entre los dedos. Vale la pena por completo.
¿Me donas un cafecito?
Por si te lo perdiste:
Respeto y justicia para el General Emiliano Zapata
La invasión a Columbus, New Mexico: Un golpe de dignidad mexicana
Jesús García Corona, el héroe inmortal de Nacozari
Añoranzas y esperanzas de Zacatecas
Esculturas y naturaleza: Un paseo con Charlotte Yazbek
Mercado González Ortega: una vieja gloria desgastada por el tiempo