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Soberbia [Los siete pecados capitales]
Jehová creó al hombre a partir del polvo de la Tierra, sopló en su nariz el aliento de la vida y después lo puso en el Jardín del Edén para que lo labrara y cuidara. Luego creó a una compañera para él mientras dormía, al extraer una costilla de su cuerpo. Les rodeó de toda clase de árboles frutales para que se alimentaran de ellos, excepto del árbol de la ciencia del bien y del mal, y del árbol de la vida, pues si comieran los frutos de éstos, morirían.
Un buen día, el Diablo, en forma de serpiente, se acercó a la mujer insinuándole que si comían del árbol del conocimiento del bien y del mal no sólo no morirían, sino que sus ojos se abrirían y serían iguales a dios. A ella le pareció buena idea, ya que los frutos de ese árbol resultaban sumamente atractivos, así que comió un poco y compartió el fruto con su hombre.
Al darse cuenta dios de que sus creaciones habían osado desobedecerle, les increpó el haberlo hecho y los expulsó del Edén, condenándoles, además, a ganarse la subsistencia con el sudor de su frente, a sufrir indescriptibles dolores al traer a su simiente al mundo y a tener un ciclo de vida que concluiría, inevitablemente, con la muerte.
Este es el precio que, según el imaginario cristiano/católico, tuvo que pagar la especie humana por la osadía de pretender niveles de conocimiento que “no le correspondían” y no convenían a los intereses de su creador. Cambiaron la felicidad y la armonía del paraíso por un ambiguo planteamiento que les prometía el conocimiento acerca de sí mismos, por el progreso que podían llegar a alcanzar con sólo romper una simple regla y salir de la ignorancia en que se encontraban sumergidos.
Lo triste de esta metáfora no es el desenlace que tuvieron las vidas de Adán y Eva debido a su desobediencia, sino las consecuencias que ha tenido que pagar la humanidad por haber aceptado este mito —y los que le siguieron— como una realidad. La falta de conocimiento acerca de los fenómenos naturales que en tiempos remotos parecían incomprensibles, aunada a los placebos espirituales que le han sido suministrados por la religión, la han convertido en blanco fácil ante los depredadores que acechan desde siempre, cobijados en la cotidianidad, para mantenerla bajo control.
La iglesia católica toma demasiado en serio su papel como censora y reguladora del comportamiento de sus seguidores; a través de una serie de reglas que deben seguirse al pie de la letra so pena de ser condenados a una eternidad de sufrimiento, dolor y lamentos entre las llamas del infierno ha conseguido mantener a la humanidad sumergida en el miedo y la angustia, en tanto que sus dirigentes se revuelcan en los frutos de sus pillajes psicológicos y materiales.
Mientras millones de seres humanos no tienen ni siquiera un alimento para llevarse a la boca, unos cuantos privilegiados saborean manjares exquisitos en su mesa día tras día; mientras en algunas naciones mendigar está penado por la ley, ellos se sientan en un púlpito a decir sandeces y después tienden la mano para recibir lo que con tanto esfuerzo obtiene el pueblo. Humillan, juzgan, degradan, explotan, mienten, condenan. Siembran el miedo, crean sentimientos de culpabilidad por las cosas más inocuas, juzgan sin conocer, sólo siguiendo sus estándares y sus conveniencias. Acusan de soberbia a quienes cuestionamos y desobedecemos los designios de su dios. Ven la paja en el ojo ajeno, pero ignoran el poste de luz que tienen en el suyo.
La libertad es un anhelo inherente a la naturaleza del ser humano y jamás podrá serle arrebatado por más que algunos así lo deseen. No hablo del falso libre albedrío al que se refiere la iglesia católica mediante amenazas veladas (“Eres libre de tomar o no las sugerencias que te damos, pero si no las tomas te irás al infierno”). Hablo de libertad verdadera, de la soberbia a la que tenemos derecho los simples mortales, el derecho a decir “No estoy de acuerdo contigo ni te creo” con base en argumentos bien fundamentados y objetivos.
Analicemos, cuestionemos, investiguemos, busquemos el conocimiento que durante siglos nos ha sido vedado con el mero propósito de mantenernos sometidos. ¿Qué importa si no vamos al cielo al morir? Vayamos al hipotético infierno todos juntos entonces, como una humanidad hermanada por la libertad.
Si el boleto para entrar al cielo tiene un precio tan alto, entonces ese dios pasivoagresivo debe saber que nosotros, los humanos hijos de la soberbia, no queremos ser ángeles.
¿Me invitas un cafecito?