CUENTO – El tesoro de la redención
CUENTO – El tesoro de la redención

CUENTO – El tesoro de la redención

Nunca pude creer la facilidad con que quedaste a mi merced.

Hace tiempo buscaba esta oportunidad. Durante un año entero te dedicaste a socavar mi alma hasta traer a la luz su parte más oculta, esa que ni siquiera yo sabía que existía: la más oscura, cruel y podrida.

Es gracias a ti que he conocido el verdadero odio; lo he sentido escurrir por mis labios y saboreado plenamente. Ahora mismo, mientras despiertas atado a una silla dentro de este almacén abandonado, siento el sabor ferroso de la sangre aunque el festín ni siquiera ha comenzado.

Quiero que mis ojos sean lo primero que veas en cuanto hayas recobrado la consciencia. Quiero que tengas las agallas para soportar el hielo de mi mirada y la mueca que, más que una pretendida sonrisa, da a mi boca el aspecto de fauces a punto de cerrarse sobre tu garganta.

Debo reconocer que tienes valor, a pesar de saber a la perfección lo que viene.

No esperaba menos de ti, después de todo, y eso me satisface porque —créeme— voy a tomar mi tiempo. Veremos cuánto puedes mantener esa actitud, aunque ahora mismo no sé si la presión en tu mandíbula es provocada por la mordaza o porque tu pulso y respiración se aceleran al tiempo que tus músculos se ponen tensos, tus nudillos toman una coloración pálida y tus uñas se encajan en las palmas de tus manos.

Estuans interius

Cuando se odia, la idea de que muera el objeto de la rabia propia es placentera. Pero solo los estúpidos, débiles y blandos acaban rápido con su presa. No son capaces de contener a la bestia que están a punto de liberar; quieren que, simplemente, todo termine en un charco de sangre y una andanada de alaridos. No tienen la facultad de disfrutar el desenlace de su odio ni el anhelo de destruir despacio esa vida llevándola al umbral del dolor más lejano que el cuerpo humano pueda soportar.

Pero eso, querido amigo, será mañana; hoy ya has tenido suficientes emociones y, como te dije antes, vamos a pasar algún tiempo juntos.

Día 2

Te noto desanimado, tal vez un poco de charla te haga entrar en confianza. Voy a quitarte la mordaza. De cualquier modo nadie podría escucharte ni mucho menos venir en tu ayuda, así que sé un buen chico, no me hagas enojar y habla a un volumen moderado. Odiaría tener que cortarte la lengua y abofetearte con ella mientras te desangras, eso sería demasiado fácil.

¿Por qué intentas morderme mientras te retiro el trapo empapado en tus propios orines que con tanto cuidado puse anoche en tu boca? Eso no se hace, necesitas un poco de disciplina.

¿Ves las pinzas que están en la mesa de allá? ¿Qué dientes quieres perder primero?

¡Ya sé! Empezaré con los incisivos y caninos, esos que solías mostrar al sonreír. Nunca más volverás a sonreír. Pero no te preocupes, porque en cuanto termine de retirarlos te dejaré en paz y quizá podrás sorber la papilla que dejaré convenientemente cerca de tu silla.

Bon apetit. Espero que el inenarrable dolor en la boca te permita descansar; nos vemos mañana.

Día 3

¿Cómo te sientes hoy? ¿Pudiste comer? Veo el plato todavía lleno. No estarás pensando en dejarte morir de hambre, ¿Verdad? Me costó trabajo encontrar un bonito lugar a dónde traerte, hacer los arreglos pertinentes, pagar a quien tuve que pagarle para que no se acercara por acá. Hice muchos esfuerzos por ti, no voy a permitir que mueras. Todavía no.

Te traje nuevas correas. Echa la cabeza hacia atrás. Voy a pasarlas por tu frente para sujetar tu cabecita idiota y obligarte a comer aunque no quieras, debes estar fuerte y sano para mí.

Así, termina tu comidita. Buen chico. Casi te he tomado aprecio.

Día 4

Hoy toca hacer ejercicio. Ayer comiste mucho y no queremos que te pongas gordo. Además, sé que has estado muy incómodo, así que vamos a estirar esas articulaciones un poco. Tienes las piernas y los brazos demasiado entumecidos, ¿Qué tal te vendría un masaje?

El martillo en mi mano tiene un propósito.

Cruje una de tus rodillas y no se hacen esperar tus estertores, patéticos pero considerablemente fuertes. Música para mis oídos.

Reviento la otra rodilla y las lágrimas estallan. Resbalan por tu cara llena de mugre, restos de bazofia y vómito seco. ¿Qué pasó con el tipo rudo que retaba al peligro y con eso impresionaba a las personas?

Truena tu hombro derecho. ¡No te desvanezcas! Vas a morir cuando yo lo decida.

Un nuevo mazazo destroza tu clavícula izquierda y te despierta. Me conmueve la forma en que intentas patalear, presa del dolor, y lo único que consigues es que las astillas de tus rótulas partidas se incrusten en tus músculos.

Ahora, mi martillo hace lo propio en tus muñecas y deja inservibles esas manos que quisieron tomar lo que no les pertenecía. Se han convertido en repugnantes masas sanguinolentas cuyos chasquidos, uno por uno, me hacen el día. Eres una marioneta que se moverá como mi capricho lo dicte mientras tus sollozos y súplicas de que todo termine de una vez son apenas el aperitivo para lo que sucederá mañana.

Descansa.

Día 5

Para que un festín esté completo hace falta carne y a mí me gusta el término rojo inglés. La anatomía es muy interesante, antes de practicar cualquier corte en el cuerpo humano hay que revisar muy bien qué partes no son cruzadas por una arteria importante. Voy a perforar y cortar tus bíceps, apenas lo suficiente para que tu sangre me salpique el rostro y las manos. Tal vez bebería un poco, si fueras digno.

Tus lágrimas fluyen con más insistencia que antes, tu rostro se contrae en muecas de agonía y yo lo disfruto como no te imaginas.

Día 6

Los días que pedí a cuenta de vacaciones en la oficina casi han terminado y tú ya eres una triste caricatura de lo que solías aparentar: hueles a mierda y carne podrida, tus heridas comienzan a supurar, tu mirada está casi apagada y vacía.

Casi. Aún logro ver un poco de odio, desconcierto y terror en ella, lo que —debo agradecerte— hace que todo esto valga la pena. Tomo tu mentón, levanto tu cara. Un par de reveses te cruzan el rostro y cortan uno de tus pómulos. Ya no me divierte tanto ver ni olfatear tu sangre, ¿Sabes? Estás a muy poco de convertirte en un despojo humano, pero eso no será hoy. Hoy tienes el día libre. Empieza a reconciliarte con quien debas.

Día 7

Ha pasado una semana desde nuestra desaparición. En redes sociales leí que me buscan, pero sobre ti no hay nada. Tal vez no le importabas a tu madre; quizá quienes se decían “tus amigos” no lo eran tanto, o incluso a tu pareja no ha debido preocuparle demasiado el hecho de no saber de ti durante todo este tiempo. No me sorprende; después de todo, dejas mucho que desear como ser humano.

Como podrás darte cuenta por mi aspecto pálido y agotado, no sólo tú vas a morir hoy. No es que me sienta culpable por lo que hago o tema ser atrapado por las autoridades. Sencillamente, tomaste tanto de mi vida que la destruiste, así que merecías que te pagara con la misma moneda. Después de esto, una vez que haya hecho justicia contigo, mi misión en este mundo habrá acabado y podré irme con una sonrisa en los labios. La dosis de maitotoxina que ingerí hace un momento hará su trabajo dentro de pocas horas, pero me permitirá el placer de verte agonizar.

Tengo unos momentos más para dedicarte, chico. Los últimos. Así que los vamos a aprovechar al máximo; no pienses que voy a rebanarte el cuello y terminar las cosas así nada más. ¿Por quién me tomas?

Lo que queda de tus pantalones (y de tu supuesta valentía, y de tu dignidad) se lo lleva mi cuchillo. Su siguiente víctima son tus genitales. Ya no me importa contener tus gritos, así que hoy no te pondré la mordaza y podrás desgañitarte a gusto.

De hecho, deseo que lo hagas.

Quiero escucharte maldecirme, suplicar, insultarme, escupirme, pedir perdón a tu madre y a todas las personas que lastimaste…excepto a mí. A mí me entregarás hasta la última gota de tu rabia para compensar el año que pasé rastreándote, estudiándote y buscando la ocasión de traerte aquí, a este bello momento que compartimos ahora. Esa será mi última cena.

Tu sangre tibia y la grasa de tu entrepierna comienzan a escurrir por mis dedos entre sonidos acuosos. Tus genitales casi se han separado de tu cuerpo. Tus ojos están en blanco —es irónico, casi como si sintieras placer; no por nada al orgasmo le llaman “La petite mort”—.

Te he despojado de lo único que te quedaba de hombre. Ahora eres libre para ser el inútil pedazo de mierda que, no tan en el fondo, fuiste toda tu vida.

¿Ya no gritas? Lo único que se escucha son jadeos ahogados y pequeños silbidos de tu garganta seca. Eso me molesta; podría decir que me irrita más que tus alaridos. Estoy cansado de olerte, de venir aquí a torturarte, salir a fumar y entretenerme con mis propios pensamientos y recuerdos mientras caes en la inconsciencia para luego regresar a limpiar este desastre, además de asegurarme de que sigas respirando.

Consumatum est

Dios creó al mundo en siete días y yo destruí tu mundo en el mismo tiempo. ¿Tienes aún algo que decir, o por qué me miras con tanto enojo? Entiendo, tienes hambre…y tu última cena serán estas porquerías que tengo en la mano.

Con las pocas fuerzas que me quedan, aprieto tu nariz para forzarte a abrir la boca. ¡Abre grande, pendejo! Siempre fuiste un maldito hocicón y ahora acabas de hacerte honor a ti mismo. Come. Esta es la insignificancia de la que tanto te enorgullecías.

Mis dedos empujan la carne hasta el fondo de tu garganta a la vez que tus ojos salen de sus órbitas por la desesperación mientras se apaga su última luz y el olor a mierda recién escurrida de tu esfínter llena la bodega.

Te veré en el infierno. Te aseguro que ni allá lograrás esconderte de mí.

Epílogo

Estoy cansado. Salgo a la puerta, me siento junto al marco y enciendo un cigarrillo. Comienza a salir el sol…

El tesoro de la redención 02


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