CUENTO – Sitiado
CUENTO – Sitiado

CUENTO – Sitiado

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El cuento que estás a punto de leer es un mero ejercicio literario. De ningún modo ensalza conducta violenta alguna ni pretende hacer apología del delito; el autor repudia actos violentos de cualquier índole.


Como la mayoría de las noches, llego a casa harto de todo y de todos: del trabajo, de ciertos compañeros que no destacan precisamente por su brillantez, del stress que se acumula en mí al utilizar el transporte público para cruzar la ciudad día a día, de la casa a la oficina y viceversa.

Enciendo la computadora, la televisión, pongo música, hojeo una revista, todo a la vez. Intento empaparme de sensaciones agradables para pasar el mal trago y largarme a dormir.

De repente, una piedra de buen tamaño interrumpe mis pensamientos al romper el cristal de mi ventana. Al asomarme a la calle descubro que los culpables son unos mocosos de no más de diecisiete años. Tras un reclamo airado de mi parte, salen corriendo y yo regreso a lo que hacía.

Sin embargo, no pasan más de diez minutos cuando una segunda piedra entra al estudio, esta vez por la otra hoja de la ventana. Después de maldecir al pensar en lo caro que me saldrá sustituir los cristales descubro que ahora no son sólo los mocosos, sino aproximadamente veinte personas que por alguna razón están muy molestas conmigo.

Ni siquiera hay tiempo de preguntar el porqué de la agresión; están demasiado interesados en llegar hasta donde estoy, sea como sea. Ya acercaron una escalera a la ventana y comienzan a subir los primeros: dos chicas jóvenes, como de mi edad. Una de ellas tiene a un bebé en brazos, ¿Cómo es posible que se arriesgue de ese modo, subiendo una escalera sin apoyarse en nada y cargando a un crío de esa edad?

—¡Perra inconsciente! —le grito desde donde estoy. Reduce mi campo de acción: ya tenía listo un palo para recibir a cualquiera que subiera esa escalera, pero creo que no es buena idea atacarla a ella dado lo furiosos que se ven todos esos tipos.

No sé qué hacer. La otra fue presa fácil, un golpe en la cabeza y ya estaba en el suelo de nuevo, aunque eso dio tiempo para que los demás empezaran a trepar por la herrería de las ventanas. No solo intentan entrar por el estudio, también se acercan a otras ventanas y empiezan a subir; no me basto solo para rechazarlos a todos. No con el palo, por lo menos. Recuerdo que en el mueble de la televisión hay una escopeta recortada. Corto cartucho, apunto…


La alarma de mi celular suena, ya amaneció. Un sabor metálico me inunda la boca y la incertidumbre por el sueño se diluye en la regadera mientras pienso en los pendientes que me esperan en la oficina.

Piezas de ajedrez para ilustrar el cuento

¿Qué te parece el cuento? ¿Te han jugado rudo tus sueños alguna vez, gracias al stress? Platícame en los comentarios o a través de mis redes sociales:

También puedes leer mi cuento anterior, titulado El crepúsculo de una ilusión.


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Un comentario

  1. Pingback: CUENTO - El crepúsculo de una ilusión - Daniel Méndez

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