CUENTO – La dolorosa búsqueda
CUENTO – La dolorosa búsqueda

CUENTO – La dolorosa búsqueda

Tomados de la mano, recorremos la ciudad buscando algo interesante que ver. No es en la que vivimos; bien podría ser cualquiera del bajío o el norte del país, de esas que fueron importantes centros coloniales, repletas de historia, edificios y túneles hechos con hermosa cantera.

Búsqueda 02

Cuando por fin llegamos a uno que atrapa nuestra atención, quiero voltear a verte para decirte que parecemos haber encontrado algo que vale la pena: un lugar imponente por sus sólidos muros de roca, majestuoso, oscuro, con un fuerte aroma a hierba y humedad. Sin embargo, al buscarte, noto que no estás a mi lado. Te veo adentrarte en un túnel a lo lejos y, aunque te grito que me esperes y no vayas sola, pareces no escucharme y te pierdes en la oscuridad.

Te sigo, pero al llegar a la boca del túnel encuentro innumerables pasadizos. Es imposible adivinar por cuál te fuiste, busco tus huellas entre el polvo sin éxito. Intento seguir tu olor, pero los de la hierba y la humedad son más fuertes y no me permiten reconocerte. No queda otra que explorar todos los túneles; entre más rápido, mejor.

En uno de ellos encuentro a un niño; parece igual de perdido que nosotros. Se ve desconcertado y, pese a que luce como cualquier otro chiquillo de su edad, algo hay de extraño en él. Su ropa es un tanto vieja, aunque no demasiado. Cuando nos encontramos de frente me pregunta qué estoy buscando.

—A mi novia —le respondo-, y él me contesta que le parece haber visto a una mujer morena de cabello negro cruzar hacia ese otro lado, mientras señala con su dedo índice. Es un pasaje que no había notado, bastante más ancho que los demás, pero con la entrada cubierta de arbustos y enredaderas. El niño me enseña por dónde puedo pasar —prácticamente a gatas— y, después de unos veinte minutos así, llegamos a una cámara notablemente más alta e igual de cubierta de vegetación que su entrada.

Búsqueda 05

Una luz anaranjada llama mi atención; es —¡Qué sorpresa!— la entrada a otro túnel. Justo cuando vuelvo la mirada para buscar más posibles salidas (o entradas, ya no sé) alcanzo a verte con el rabillo del ojo. La luz naranja no me deja percibir si vas desnuda o llevas un vestido de un tono muy similar al de tu piel ceñido al cuerpo, pero tu cabello negro y brilloso como ala de cuervo es inconfundible. Cuando apenas voy a dar el primer paso para seguirte, el niño ya se ha adelantado y me lleva un par de metros de ventaja.

—¡Espera! —le digo mientras corro tras él—. Lo alcanzo en la entrada de una nueva cámara, ésta aún más cubierta de vegetación que todo lo que hemos visto hasta ahora. Ya no logro verte y al cruzar el umbral hay entre seis y ocho niños, cada uno cerca de un árbol diferente. Miran al niño que me acompaña, luego me miran a mí; su expresión se mantiene impasible, fría, como si no les sorprendiera que estuviéramos ahí. Parece como si sus cuerpos hubieran sido tallados a partir de los troncos de los árboles. No se mueven, no dicen nada y, una vez superada la sorpresa, nos decidimos a entrar.

No hemos dado ni tres pasos cuando todo comienza a moverse como si estuviéramos parados sobre una bola de fango dentro de una lavadora. Los niños-árbol abren los ojos de forma desmesurada, como si fueran presas de una angustia que no son capaces de expresar.

El niño que me acompaña da un par de pasos más antes de que un torrente de agua llegue desde quién sabe dónde, sacudiendo a los niños-árbol, expulsándonos a él y a mí no solo de la cámara, sino de la estructura completa.

No sé cuántas horas han pasado desde que el improvisado río me arrojó a media calle, dejándome inconsciente. Me duele todo el cuerpo. Me incorporo para cerciorarme de que estoy entero y, al comenzar a buscar al niño, noto que ya no está. Tampoco logro encontrar la entrada al edificio; la construcción de cantera está ahí, pero ninguno de sus muros muestra una oquedad por la cual entrar. ¿Qué fue de ti? ¿Lograste salir? ¿Qué voy a hacer sin ti?

Búsqueda 03

Han pasado demasiados años desde ese día en que te perdí. Te he buscado por todos lados pensando que tal vez habrías regresado sola a casa; he intentado cruzar ese muro pero, sin importar lo que haga, apenas logro causarle rasguños mínimos.

No encuentro la manera, no puedo volver a ese lugar que me expulsó como si fuera un alimento en mal estado rechazado por un estómago sensible. ¿Por qué no soy digno de entrar ahí? ¿Será una especie de paraíso al que solo podrías pertenecer prescindiendo de mi compañía?

Quiero pensar que estás bien, que te convertiste en parte del alma de esa incontrolable fuerza natural. Que no te hago falta, para poder descansar por fin de esta larga búsqueda. Aunque otras mujeres han desfilado por mi cama, ninguna ha tenido la fuerza que tú tuviste para arraigarse en mi ser y convertirse en algo más que un desahogo.

Me hice viejo. Sin ti, aún me siento como si estuviera atrapado entre esos túneles boscosos e interminables.


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Por cierto…las fotos no pertenecen a ningún lugar desconocido; son del Museo Rafael Coronel, en la ciudad de Zacatecas. Las usé porque se parecen un poquito al lugar donde transcurrió el sueño que inspira a este cuento corto. Haz click aquí para disfrutar más tomas que he hecho en la ciudad con rostro de cantera y corazón de plata.

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