CUENTO – El trilobite, la fragmentación y la vigilia
CUENTO – El trilobite, la fragmentación y la vigilia

CUENTO – El trilobite, la fragmentación y la vigilia

Mientras dormía en mi cama tras un agotador día de trabajo, un cosquilleo en el pie izquierdo interrumpió el merecido descanso de las breves horas de la madrugada, despertándome.

—Qué fastidio, estaba a punto de quedarme profundamente dormido —pensé.

Con los ojos entrecerrados y la luz emitida por la pantalla de mi teléfono celular cegándome más de lo que me ayudaba, estiré una mano para explorar mi pierna. No encontré nada, salvo la vaga sensación de que algo la había recorrido minutos antes —algo parecido a cuando ves a un insecto especialmente repulsivo y te queda una especie de resaca sensorial, como si hubiera caminado sobre tu piel con esas patitas delgadas y rasposas.

De forma lenta, casi temeroso de encontrar algo que mi instinto me decía que no me iba a gustar, continué recorriendo mi extremidad hasta llegar al talón. Nada. Siguió el empeine; nada, a excepción del ligero hormigueo que insistía en alimentar mi inquietud.

Encontré por fin al culpable al llegar al espacio entre los dedos: un pequeño trilobite, casi del tamaño de mi dedo pulgar.

—¿Cómo habrá llegado un bicho de esta clase a mi cama? —me pregunté mientras reunía valor  para sujetarlo con firmeza, aunque sin hacerle daño. Mi habitual fobia a todo aquello que tenga entre seis y ocho patas se apaciguó ante la idea de estar frente a un increíble fósil viviente.

Sin embargo, la presión de mis dedos, con toda seguridad incrementada por el nerviosismo, hizo que el artrópodo se secara por completo apenas al tocarlo y se partiera en dos, justo por la mitad.

Me levanté de la cama con los fragmentos del trilobite en la mano y, al voltear hacia abajo, vi horrorizado cómo mis piernas estaban tiradas a un costado de la cama, moviéndose como si fueran la cola de una lagartija mientras el resto de mi cuerpo flotaba de la cintura para arriba, sin saber qué hacer, mirando embobado hacia el piso.

El trilobite, como si un inexistente viento lo hubiera arrancado de la palma de mi mano cual ceniza, había desaparecido.

Qué ganas volver a dormir…


Este fue un cuento pequeñito basado en las travesuras de mi subconsciente a causa del stress. ¿Tus pesadillas han hecho de las suyas con alguna parte de tu cuerpo? Cuéntame tu experiencia en los comentarios o en mis redes sociales:

También puedes echar un vistazo a Sitiado, otro sobresalto onírico.


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  1. Pingback: CUENTO - Castigo y adoración para una sumisa - Daniel Méndez

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