Desplegar el pensamiento en un sonido imaginario. Dejar que la consciencia aflore, descienda como la sangre por el tallo del brazo y se implante en el espacio bajo el filo de una pluma: pincel luminaria de los segundos, punta prestada del fractal onírico de la realidad, capturando al infinito en una sola palabra.
Y si las letras, como las vidas, no habrán de ser eternas, serán al menos necesarias para sanar el cuerpo, calmar a los demonios, volver a la frecuencia, burlar a la locura, salir de la estratósfera a velocidades increíbles, tocar alguna estrella, pulsar otro sistema y, de tanto en tanto, volver victorioso tras derrotarse a uno mismo.
Al final, festejar olvidando convidar a la culpa, animando a la unión de un gran cuerpo transparente.
Y si así no lo fuese, sirvan entonces para la simple transmisión de datos insípidos, memorias inventadas, recuerdos aferrándose a no ser olvidados. Mas nunca se pierdan las letras: símbolos mutantes de ideas perpetuas. Dejémoslas propagarse formando círculos y espirales: concibiendo ideales en espacios inexistentes:
¡Que colmen las cabezas de imágenes intangibles!
¡Que sus manos formadoras sigan siendo infatigables!
Escribir es encontrar sentido al sinsentido y al sentir. Escribir es construir, por encima de fronteras, sendos puentes sonoros. Escribir es comprender que morir no es tan perverso. Y vivir no es sinónimo de sufrir.
Edgar Feerman, autor de «Escribir», es un joven DJ y escritor radicado en Cuautitlán Izcalli, Estado de México a quien puedes seguir aquí.
Cuenta ya con varios libros en su haber, entre los que destacan Mutatis Mutandis, Retrovisor, Atlas y (mi favorito) Sueño a la noche. Es un placer contar con el pequeño texto que amablemente donó para la causa y acabas de leer, adornando los estantes de este, tu nuevo website favorito.
¿Me invitas un cafecito?