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La necesidad de respetar el tiempo sin que este te esclavice
La informalidad parece estar implícita en la idiosincrasia del mexicano. Tenemos cierta tendencia a adquirir compromisos incluso sabiendo que no vamos a cumplirlos y, peor aún, que terminaremos siendo irrespetuosos con el tiempo de otras personas.
A todos nos pasa en algún momento que la agenda se satura y hay tantas cosas por hacer que, inevitablemente, terminamos diciendo a X persona “Disculpa, se me juntaron las cosas y te voy a tener que quedar mal”.
Cuando alguien me da ese argumento, procuro agarrar la onda y hago como si estuviera en la caja de bateo: en el strike 1 hasta digo “Caray, qué mal plan que tuvieras N contratiempo, ojalá lo libres pronto”. Strike 2…pues bueeeeeno, con tantas cosas por hacer y tanto estrés ya es cosa común, vale, no hay problema. Pero cuando llega el tercero deja de ser algo incidental y comprensible; me hace pensar cosas como: “¿Qué pedo, no conoces las agendas? ¿No tienes control sobre tu tiempo y tus situaciones cotidianas?”.
Supongo que buena parte de ese “protocolo” se lo debo al ritmo de trabajo que llevé durante años. Estaba muy acostumbrado a trabajar bajo horarios precisos usando una agenda que a diario se saturaba con deberes que había que entregar sin margen de error, lo que evidentemente redujo mi tolerancia a la informalidad e impuntualidad tanto ajenas como propias.
Con el paso del tiempo me he vuelto más flexible al respecto. Ya es menos frecuente que me enojen esas cosas, procuro ser más comprensivo (sin dejar que la gente abuse, que también se le hace hábito el llegar tarde o cancelar a la mera hora), aunque sigo aplicando lo de los tres strikes.
Creo en la idea de que quien quiere verte, ya sea para temas personales o de negocios, mostrará interés haciéndote un espacio en su propia agenda y propiciando el encuentro. Quien no, pues…¿Qué le voy a hacer, además de encogerme de hombros y darme la vuelta? Paradójicamente, la vida es demasiado corta como para seguir preocupándome por cosas como el tiempo aunque, pese a ser consciente de ello, el reloj y el calendario aún ejercen cierto poder sobre mí.
¿Me invitas un cafecito?