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Mina El Edén: Un vistazo al corazón de Zacatecas
Uno de los principales atractivos de Zacatecas es su fuerte tradición minera. La ciudad se construyó y creció gracias al sacrificio de miles, quizá millones de personas que dedicaron sus vidas a la extracción de minerales en una tierra de la que jamás llegarían a ver su esplendor. Lo que hoy conocemos como Mina El Edén es un fiel testigo de ello.
Echemos un vistazo a la historia
Uno de los centros de esclavitud más importantes de la época colonial no sólo en Zacatecas, sino en toda la Nueva España, fue la Mina San Eligio, que empezó a ser explotada en 1586, apenas cuatro décadas después de la fundación de la ciudad.
En ella, los indígenas se dejaban los ojos, pulmones, manos y hasta la vida en jornadas con duración de 14 a 16 horas diarias, mal iluminados con antorchas y mecheros de sebo, trabajando con nada más que mazos de obsidiana con mango de madera y cuñas, aunque también se auxiliaban calentando la roca con fuego para cristalizarla o ablandarla, reventarla y hacer brotar los minerales.
Lamentablemente, este método era sumamente dañino para la salud y mermaba a los mineros que, cuando mucho, aspiraban a una esperanza máxima de vida de 35 años. Eso sí, ni la muerte los liberaba de sus “obligaciones”: si tenían hijos, ellos heredaban su deuda con la tienda de raya de la localidad. Muchos de esos chicos repetían el lamentable ciclo de vida de sus padres, ya fuera empleados en la extracción o bien, sacando a cubetadas el agua que se filtraba en época de lluvias para evitar las indeseables inundaciones que podían echar a perder el trabajo de años.
Descalzos y ataviados sólo con calzones de manta, usaban un costal sujeto a la frente por medio de una correa para depositar en él los minerales obtenidos. A cambio, si bien les iba, los españoles seguían la costumbre adoptada desde su llegada a tierras mexicanas y les pagaban con…espejos. Sí, así de duras se las veían.
Siglos después, durante el porfiriato, los barreteros contaron con un equipamiento relativamente mejor: huaraches, pantalón de lona, camisa, sombrero, mazo y barreta. Ellos precedieron a los perforistas de los años treintas del siglo XX que, ataviados con cascos con lámpara integrada, barrenadoras, guantes de piel, botas de casquillo y paliacates al cuello que humedecían antes de colocarlos sobre el rostro para protegerse del polvo, vieron cambiar de nombre a la mina para adquirir su denominación definitiva: El Edén, cuyo nombre hace alusión al paraíso de riqueza y abundancia que significó siempre para sus dueños.
La Mina El Edén dejó de funcionar como tal en la década de los sesentas —no por falta de producción, pues su riqueza parece inagotable, sino porque sería necesario utilizar maquinaria para reactivarla y esto dañaría el atractivo colonial de la ciudad—, en aquellos años en que las mujeres tenían prohibida la entrada, pues se les consideraba de mala suerte: podían hacer que la mina se pusiera “celosa” e incluso provocar un derrumbe, según la superstición. Cuentos de viejos que al final quedaron obsoletos gracias a que las mineras, de hecho, dan mejores resultados en excavaciones porque son más responsables (o menos propensas a cometer burradas como cargar grandes rocas ellas solas y morir aplastadas tratando de demostrar quién es la hembra Alpha). Así las cosas, se convirtió en uno de los mayores atractivos turísticos de Zacatecas a partir de 1975.
Tesoros para los curiosos
Un impresionante graffiti te da la bienvenida mientras bajas por la calle que lleva a las inmediaciones de la mina, en la avenida Antonio Dovali Jaime, sin número, del Centro Histórico de Zacatecas.
Después de pagar los 100 pesitos que cuesta la entrada, la administración te invita a ponerte una cofia y un casco, básicos para la seguridad bajo tierra. Un tren te espera en la entrada del Socavón La Esperanza, que tiene unos 600 metros de longitud y desciende otros 320 para llevarte al cuarto nivel de la mina, donde don José, un viejito bromista y ameno que lleva años dedicándose a dar el mismo recorrido día con día con igual carisma y entusiasmo, te mostrará las maravillas que esconde el Socavón del Grillo.
La primera de ellas es un gambusino de bronce que, si bien está más relacionado con la fiebre del oro californiana de mediados del siglo XIX, tiene una interesante historia dentro de la Mina El Edén: se dice que las mujeres deben sobarle la panza para que jamás les falte el dinero, mientras los hombres debemos agarrarle la pistola para tener buena suerte.
Después de manosear con picardía al gambusino, recorrerás un increíble museo que cuenta con rocas, geodas, minerales y fósiles provenientes no sólo de El Edén y minas aledañas, sino de otras importantes excavaciones en el país y el mundo entero.
Claro que no todo es ciencia y aprendizaje; en lo que antes era la bóveda donde se molía la roca para extraer los minerales ahora se encuentra La Mina Club, bar único en su tipo. Pese a encontrarse bajo tierra cuenta con todas las comodidades necesarias para pasar un buen rato, incluido el cableado de fibra óptica que permite tener señal en el celular —es la única zona de la mina donde esto es posible; en el resto quedarás completamente incomunicado— además de que el personal del lugar se preocupa por la seguridad de los parroquianos y cierra el acceso al resto del complejo, porque no vaya a ser la de malas que se pierda por ahí alguna parejita y en vez de dos, salgan de a tres. Si se te antoja la experiencia, lo único que necesitas es ir con ropa casual y ganas de pasarlo bien.
Ya en el recorrido por el socavón, lo primero que llama la atención son los pilares que sostienen los muros de roca; fueron colocados para evitar que colapsaran y se apuntalaron con madera, que hacía las veces de sistema de alarma: si había algún movimiento, ésta crujía por la presión de las paredes y alertaba a los mineros para intentar salir o, por lo menos, ponerse a salvo.
Pese a que el clima de Zacatecas es casi siempre semiárido, cuando llueve lo hace con ganas. La constante filtración en la mina a través de los siglos ha generado un espejo de agua que terminó cubriendo los niveles 5, 6 y 7; algo así como 220 metros de manto freático que acompañan paralelamente el recorrido. Allá en las profundidades, a una temperatura entre 6 y 7 grados centígrados (considerablemente baja, pensando en que la temperatura ambiente de la mina está entre los 12 y 14°C), el agua absorbe partículas de cobre, plomo y cuarzo, que le dan un tono azulado esmeralda y una textura ligeramente viscosa, además de propiedades curativas que contrarrestan molestias musculares, reumas y agotamiento.
Corazón plateado
La clave para determinar qué tan exitosa es una mina está en las vetas —que son los yacimientos más fuertes— y cuando las concentraciones minerales son pequeñas se les llama hilos. En ese sentido, y para darnos una idea de la enorme riqueza de la Mina El Edén, hay una zona de ésta llamada Cielo de plata, por ser el metal más encontrado en su cúpula y paredes.
Además de plata, cuarzo, cobre y plomo, El Edén cuenta también con una gran riqueza en oro, zinc y pirita, conocida como “el oro de los tontos” porque, si bien luce igual que el preciado metal, su valor es significativamente inferior.
Quizá fue una de esas piedritas sin importancia la que originó cierta leyenda sobre Roque, un minero de carácter recio que un día encontró una veta de ley (se llama así a la que lleva oro y plata combinados; es decir, si encuentras una de esas es como sacarte la lotería). Roque, como cualquier otro minero, era pobre, así que no resistió la tentación de esconder una gran pepita para robarla tras terminar su jornada. Para su mala fortuna, cuando regresó a buscarla ya no la encontró. Furioso, soltó una letanía de maldiciones, lo que sólo sirvió para que el eco de su voz provocara un derrumbe que lo sepultó y, aunque sus compañeros bajaron a buscarlo, nunca lograron encontrar su cuerpo…ni la piedra.
Se supone que Roque permanecerá ahí, castigado por sus blasfemias y su intento de robo, hasta que alguien ajeno al lugar encuentre esa pepita. El afortunado deberá salir volando de ahí y llevársela lo antes posible porque corre el riesgo de que, al ganarle la avaricia, tome su lugar en la pared.
¿Se te antoja ir a probar fortuna? Cuéntame en los comentarios qué te parece este bonito rincón de Zacatecas o bien, puedes contactarme en mis redes sociales:
Si te gusta todo este rollo de la minería, echa un vistazo a lo que te ofrece la Mina El Nopal, en Guanajuato.
¿Me invitas un cafecito?
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