Corría mayo de 2005 cuando, por alguna afortunada gambeta del destino, me encontraba desempleado. Si hubiera estado trabajando en ese entonces era muy probable que perdiera la oportunidad de sentarme frente al televisor, hacer zapping buscando cualquier cosa y encontrar algo que, pese a ser tan mundano como un simple juego de fútbol, me impactó de por vida.
“El milagro de Estambul” —como se le conocería con el paso de los años— me mostró no sólo la enorme voluntad que tuvo el Liverpool FC al remontar una desventaja de tres goles al medio tiempo para llevar aquella final de la UEFA Champions League hasta la instancia de penalties y, con dos soberbios paradones del polaco Jerzy Dudek, arrebatar la orejona de las manos de Maldini, Shevchenko, Crespo y compañía, sino a alguien que habría de convertirse en referente de la escuadra Red durante los próximos 10 años inyectándole el espíritu necesario para levantarse de casi cualquier adversidad. Un chico liverpooliano que alzó la voz para arengar a sus compañeros al meter el primer gol de ese día y condujo la remontada más increíble que he visto en toda mi vida como aficionado al fútbol: el legendario número 8, Steven Gerrard.
No solía poner mucha atención al fútbol inglés hasta aquel 25 de mayo de 2005 en que, cual vil bandwagoner —no lo he de negar—, caí rendido ante el equipo que, además, pertenece a la ciudad de donde son originarios mis máximos ídolos musicales. Así las cosas, no fue difícil comenzar a seguirlo y darme cuenta de quién era Stevie G.
Fue gracias a él que mi inicial embelesamiento con el Liverpool se convirtió en un amor de verdad, uno que no se rompió ni siquiera pese a las malas rachas que vinieron después ni a la tristeza de ver a uno de los clubes más grandes de toda Europa relegado a un segundo plano en espera de una nueva oportunidad que, lastimosamente, Stevie G no pudo disfrutar desde la cancha. También conocido como Captain Fantastic o Mr. Liverpool, Steven Gerrard se convirtió, para mí, en un modelo a seguir y un ejemplo de cómo rendirse no es opción pese a que las lesiones lo mantuvieron alejado de las canchas más veces de las que los fans hubiéramos deseado pues, a pesar de ello, siempre volvió armado con su impresionante liderazgo y un disparo de media/larga distancia simplemente bestial.
El legado de Steven Gerrard para el equipo de sus amores tuvo un epílogo agridulce el 16 de mayo de 2015 luego de caer tres goles contra uno frente al Crystal Palace aunque, al final, el resultado fue lo de menos, del mismo modo que el no haber conseguido un campeonato de Barclay’s Premier League pasó a segundo plano. Su palmarés —dos FA Cup, un Charity Shield, un Community Shield, tres Carling Cup, una UEFA Cup, dos UEFA Super Cup y la salvajada que dio inicio a mi historia con este señor y su equipo hace tantos años— deberían ser credenciales suficientes para ponerlo en el Olimpo del fútbol mundial pero, sobre todo, el amor que cosechó en Anfield Road es la mayor prueba de que él nunca caminará solo.
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