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Malos padres
Cierto día, mientras viajaba en Metro, entró al vagón una pareja con un niño de siete u ocho años. Era muy evidente el rol de cada quién; el padre, un mamonazo mal hablado, ignorante, disléxico y machista; la madre, sumisa, casi no hablaba y se limitaba a asentir o decir “Sí” a todo lo que su canchanchán le decía; y el niño…pues niño al fin, jugaba con una de esas cositas que vienen de regalo en las paletas Payaso o algo así, esas que son como hélices.
El tipo iba cagoteando al pobre niño desde que abordaron. Por lo poco que escuché, al niño le ganó la risa cuando el ejemplar padre intentaba robar una Coca Cola de una máquina despachadora. Después, la molestia fue porque el niño puso una bolsa que traía cargando en el piso del vagón. Se veía más o menos pesada, pero al inconsciente ese parecía no importarle demasiado. Siguiente regaño: al estúpido se le cayó algo, pidió al chico que lo sacara de debajo de un asiento y éste tardó para lograr su cometido.
El acabose vino cuando el niño se abrió paso entre el papá y yo para sacar otro juguete de la bolsa de su mamá. Al acercarse me pisó, así que me moví un poco hacia un lado para darle algo de espacio; esto fue motivo suficiente para que el energúmeno empezara a golpearle la cabeza con la punta de los dedos al tiempo que le decía “Fíjate, chingao, ¿Qué no ves que estás molestando?”, a lo que respondí con un tono de voz que fue cualquier cosa menos amistoso: “No me está molestando, no tengas cuidado”.
¿Cómo es posible que alguien pueda tratar de esa manera a su propio hijo? El chico no estaba molestando a nadie, aunque sí llegaba a chocar con las personas, cosa inevitable dentro del Metro en hora pico.
Me encabronan sobremanera los abusos de todo tipo, ya sean de fuerza, de autoridad, psicológicos o todo junto. Vaya manera de hacer sentir mal a un niño. Si hubiera estado jodiendo con una pelota o un carro de control remoto en el vagón lleno tal vez sí hubiera sido acreedor a un regaño enérgico, mas no violento, pero…¿Por ir jugando con una ruedita de plástico?
Hubiera sido interesante averiguar la clase de infancia que tuvo el imbécil ese. Probablemente su padre fue igual que él: un cabrón ignorante que pensaba que la mejor manera de educar a sus hijos era humillarlos y maltratarlos.
Si mi respuesta no fue más adecuada a lo que merecía fue, principalmente, porque el blanco de su frustración por no poder hacer nada para responderme hubiera sido el niño en cuanto llegaran a casa; y si por mí fuera, los subnormales como ese deberían ser esterilizados para evitar que traigan a inocentes a este mundo solo para pagar por sus traumas.
Este tipo de cosas deberían darnos a pensar lo afortunados que hemos sido quienes, durante la infancia, gozamos la fortuna de tener padres conscientes y con educación, aunque a veces, en medio de nuestros dramas adolescentes, nos parecieran “tiranos terribles”.
¿Me invitas un cafecito?