Las relaciones de pareja suelen ser complejas. La mayoría de las veces comienzan con un chispazo; todo es lindo, rosa, huele a Chanel por la tarde y a marisquería la mañana siguiente. No vemos llegar la hora de volver a estar con aquella persona especial (inserte un suspiro de vaca moribunda aquí) y el tiempo pasa volando cuando se comparte de esa manera.
Horas después, al momento de despedirse, el corazón da un vuelco, se entristece, pero conserva la esperanza del mañananosvemosmiamor. Hay besos y abrazos como si uno de los dos fuera a pasar años buscando pozos de agua en el Sahara.
¡Qué bello es el mundo! los pajaritos vuelan, las campanas repican…pero, ¿Para qué le sigo? mejor te dejo con esta canción del cuarteto de Liverpool que ejemplifica a la perfección lo que intento decir:
¿Ya te dio un coma diabético? Ok…
Teniendo como referente el típico inicio de toda relación de pareja, pareciera que todo es perfecto, pero con el paso del tiempo ya no lo es tanto. Naturalmente, uno comienza el ciclo portando su mejor máscara, poniéndose su mejor ropa, usando la loción cara de las ocasiones especiales; después se va perdiendo la pose poco a poco, lo que antes era bonito ya no lo es tanto, uno empieza a disgustarse por los defectos de la pareja que antes parecían encantadores detallitos y, con el tiempo, se convierten en auténticos dolores de huevos y motores de una cantidad hilarantemente patética de discusiones estúpidas, hasta llegar a uno de dos puntos posibles:
Ruptura directa
Ya sea de común acuerdo (que es lo más sensato por hacer) o a la mala, con jitomatazos, jalones de pelo e insultos de por medio. De cualquier manera, lo peor que puede pasar es un “¿Sabes qué? ¡Arráncate a chingar a tu madre, no te quiero en mi vida!”, soltar la ira y cortar de tajo con esa incómoda situación para después tirar todas las cosas (o casi todas) que te dio tu ahora ex pareja y prenderles gasolina, literal o metafóricamente hablando, es una de las experiencias más liberadoras que puede haber. Es eso, o…
“Vamos a mejorar, ya verás mi amor, poco a poco vamos a cambiar para bien y amarnos por los siglos de los siglos amén”
¡No, por favor! Es el error más frecuente, estúpido, desgastante y carente de sentido común. Un par de ejemplos: hace tiempo me enteré (involuntariamente, porque era inevitable escuchar las peroratas) de los pormenores de las relaciones de dos personas, un güey y una morra, cada uno con su respectiva pareja. No diré nombres, aunque ya no tengo trato con ellos; me limitaré a usarlos como ejemplo por pendejos.
Cada uno tenía su relación perfecta de ensueño llena de distintas tonalidades de rosa, noches de impactantes orgasmos y felicidad absoluta al más puro estilo Walt Disney; sin embargo, sus respectivas parejas empezaron a mostrar el cobre de distintas maneras, ya fuera yéndose de farra sin tomarlos en cuenta, escogiéndoles la ropa y hasta el peinado, imponiendo los lugares para salir, saliendo con ex parejas bajo el clásico argumento de “No te preocupes mi amor, sólo somos amigos, yo te amo a ti” (aquí entra otra cuestión: ¿Puede alguien decirle a otra persona “Te amo” cuando llevan un par de meses de relación?)
Naturalmente, este par de individuos reaccionó como era lógico: se enojaron con sus respectivos, hubo reclamos, peleas, insultos que variaron de lo risible a lo realmente ofensivo, y determinaron que el final era inevitable. Sin embargo, sus parejas se las ingeniaron para convencerlos de que todo había sido un error, que realmente estaban enamorados y que debían luchar por ese amor, superar la prueba juntos y seguir adelante porque ese era su destino. ¿Qué crees que pasó?
En efecto…hasta donde dejé de tener contacto con ellos, las dos parejas seguían en lo suyo. La chica hablaba maravillas de su noviecito todos los días a cualquier hora, en una onda como de autoconvencimiento de que era feliz; sin embargo, cada que su peoresnada provocaba un inminente truene con su comportamiento sucedía lo contrario: pasaba todo el día hablando de lo maldito insoportable, idiota, pendejo, bastardo, poco hombre que era…y al día siguiente le perdonaba todo.
El segundo sujeto de prueba tuvo que aguantar palabras y actitudes sumamente hirientes de su novia durante el mes que vivieron juntos en casa de él porque a ella la corrieron de la suya gracias a que pasaron una noche juntos y no se le ocurrió avisar en su casa que se iba a quedar fuera; hacer vida de pareja estable cuando se lleva apenas un mes de relación no es la idea más brillante del mundo y las consecuencias no tardaron en llegar. Este güey estaba harto de su novia, pero no la terminaba (aunque ya lo había intentado) porque la veía muy obsesionada, digo, enamorada, y había llegado al grado de tenerle lástima.
Después de todo ese desgastante y absurdo circo, sólo queda una opción viable. Adivina…
Ruptura urgente
Pudiendo ahorrarse la segunda opción, prefirieron hacer caso de toda esa mierda rosa que nos obligan a aprender desde pequeños y que, según se nos dijo, es la clave para ser felices: aguantar, esperar estúpidamente que la otra persona cambie gracias al poder del amor (es en serio, una vez escuché a alguien decir semejante mamada) y malbaratar la dignidad propia.
Ya no sé si me sorprende cuán masoquistas podemos ser en ocasiones, pero definitivamente eso es una muestra de la falta de amor propio que muchos padecemos pero que, con práctica, fuerza de voluntad y algo de autoanálisis objetivo, podemos revertir.
Para cerrar el tema, recordé este texto breve pero conciso, que resume a la perfección lo que desmenucé en estas líneas:
Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja, y que la vida sólo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad.
John Lennon
No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie en la vida merece cargar en las espaldas la responsabilidad de completar lo que nos falta.
Nos hicieron creer en una fórmula llamada “Dos en uno”: dos personas pensando igual, actuando igual; que eso era lo que funcionaba.
No nos contaron que eso tiene nombre: anulación.
Que sólo siendo individuos con identidad propia podremos tener una relación saludable.
Nos hicieron creer que el casamiento es obligatorio, y que los deseos fuera del contrato deben ser reprimidos.
Nos hicieron creer que los lindos y flacos son más amados.
Nos hicieron creer que sólo hay una fórmula para ser feliz, y debe ser la misma para todos; y los que escapan de ella están condenados a la marginalidad.
No nos contaron que estas fórmulas son equivocadas, frustran a las personas y las limitan, que podemos intentar otras alternativas.
¡Ah!, tampoco nos dijeron que nadie nos iba a decir todo esto…cada uno lo va a tener que descubrir solo.
Y ahí, cuando estés muy enamorado de ti, vas a poder ser muy feliz y te vas a enamorar de alguien.
Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor…aunque la violencia se practica a plena luz del día.
¿Me invitas un cafecito?