Se dice que cuando se inauguró este negocio, allá en el lejano 1906, Las Quince Letras era una tiendita que lo mismo vendía petróleo, leña y carbón que licor en botellas cerradas, aunque no faltaba quien abría una en el local para refrescar la garganta; podría decirse que ese fue el inicio de una tradición que perdura hasta nuestros días.
Fue hasta 1974 que se convirtió oficialmente en cantina y su fama creció como la corona de una cerveza perfectamente servida al grado de llegar a ser visitada por grandes personalidades como Carlos Monsiváis, lo que, aunado a su espíritu tradicional, la convierte en una parada obligada para quienes buscan saciar la sed provocada por un buen recorrido por los rincones de la ciudad rosa y plata bajo los rayos del sol.
Ubicada en Mártires de Chicago 109, en el Centro Histórico de Zacatecas, Las Quince Letras es un lugar con jiribilla; hay que encontrarle el modo para disfrutar la experiencia al máximo. Dependiendo de a qué altura de la semana la visites, puedes ir por la noche y encontrarla abarrotada —como usualmente sucede— o correr con suerte y encontrar un huequito en la barra o una mesa para sentarte y disfrutar el trago de la casa, del que no te voy a decir absolutamente nada salvo que probablemente disfrutarás llevártelo a la boca sin hacerle gestos.
Otra opción es vencer la pena de parecer un alcohólico desesperado como yo (o sea, yo vencí la pena) y cruzar los batientes de la entrada a la una de la tarde, hora en que abre. Desde el primer minuto de servicio, los meseros están más que listos para consentir a los parroquianos como se debe.
Sentarse a admirar la decoración de Las Quince Letras es un excelente pretexto para quedarse un buen rato disfrutando un caballito del clásico mezcal zacatecano Real de Jalpa campechaneado con una buena cerveza. Trago y trago, calor y frío, y entre el tumulto visual se aprecian con mayor nitidez las obras de Antonio Pintor, Manuel Felguérez, Ismael Guardado, Pedro Coronel y otros artistas. Los juguetes de antaño, los carteles rimbombantes y uno que otro buen consejo también ayudan a enmarcar el momento que transcurre con calma al ritmo de los respetuosos y suaves besos al mezcal.
A las cuatro de la tarde de un sábado cualquiera el lugar ya está repleto; los zacatecanos salen de trabajar y necesitan un más que merecido break. Disfruto los últimos sorbos del cuarto tándem mezcal/chela, termino mi caldito de camarón y mis rebanadas de naranja. Pido la cuenta. Para un tipo sentado en una mesa del rincón (Los Tigres del Norte lo dijeron) ha sido más que suficiente para retomar energías y salir a recorrer esa ciudad de la que está tan enamorado.
¿Me invitas un cafecito?