La ira es uno de los sentimientos más versátiles en cuanto a sus detonantes; puede ser desencadenada por muchos motivos como la frustración, el hambre, el cansancio, el dolor e incluso el mero instinto de conservación. Las tendencias agresivas de cada ser humano cambian de individuo en individuo, por lo que es difícil establecer un estándar para analizarlas y controlarlas de un modo generalizado.
Hay personas que parecen estar dotadas de una paciencia infinita, mientras otras resultan ser un polvorín que, a la menor provocación, estallan en una especie de ola expansiva de rabia pura, así que la peligrosidad que podemos desarrollar los seres humanos es impredecible; sin embargo, a través del estudio de la mente humana hemos descubierto que liberarla de vez en cuando de forma moderada puede resultar una efectiva forma de evitar complicaciones y daños en nuestros organismos, tanto física como mental y emocionalmente.
Sin embargo, y contrario a toda racionalidad, la iglesia católica y su dualidad moral dicen basarse en un famoso precepto de su mesías que indica, a manera de metáfora, que “si alguien golpea nuestra mejilla nosotros debemos poner la otra a disposición del agresor”. Afirman que la reacción natural del ser humano al ser agredido “no es digna de un ser espiritual” y que “amar a nuestros enemigos como si fueran nuestros seres más allegados nos llena de mérito y gloria ante el señor”.
Caray…
La humanidad ha sido abofeteada una y otra vez en ambas mejillas durante demasiado tiempo gracias a la simple ambición de poder, las ansias de dominación que hacen que unos cuantos se conviertan en los depredadores más salvajes de sus semejantes.
Teniendo un potencial evolutivo tan magnífico, es una lástima que la raza humana se comporte de una manera tan primitiva y autodestructiva. Los abusos cometidos por quienes ostentan el poder sobre sus dominados son un fértil campo de cultivo para crímenes de odio como la discriminación, la violencia a gran escala, el sometimiento de voluntades.
Como seres racionales y sociales que somos, debemos buscar la solución a este problema de una manera pacífica y recurrir a la diplomacia hasta agotarla; pero si esto llegara a tornarse imposible, entonces no hay por qué detenerse ante ningún tipo de moralina barata ni chantaje espiritual. Debemos pensar en nuestro bienestar y el de nuestros seres amados, en que defender la dignidad del ser humano es mucho más importante que agradar a una minoría cuyo único interés es seguir cometiendo abusos y vejaciones lanzando la piedra y escondiendo la mano.
La ira social que se ha acumulado debe ser dirigida contra los culpables de esta, golpearlos sin piedad y obligarlos a pedir perdón por sus crímenes. La humanidad, poco a poco, está despertando, y terminará por exigir cuentas a quienes resulten responsables.
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