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Carmina Burana en retrospectiva: De Manzarek a los goliardos
Descubrí Carmina Burana (léase «Cármina», no «Carmína») gracias a que desde niño fui muy dado a hurgar en la música de los demás para ver qué encontraba que me pudiera gustar; así fue como comencé a formar mi colección de música, rascando entre los discos y cassettes de mi papá, de mis tíos y de todo aquel que se dejara.
Mi tío Alejandro era víctima frecuente de mi curiosidad, sobre todo cuando ponía música en su grabadora mientras hacía tareas de la universidad (en aquel entonces era estudiante de Arquitectura en la UAM) y tocaba el turno a la gloriosa edición en cassette de esta colección de cantos goliardos, en su versión realizada en 1983 por Ray Manzarek, ex tecladista de The Doors.
Podía pasar horas dando vuelta una y otra vez a la cinta, aprenderme la tonada de cada una de las canciones y tratar de imaginar a qué clase de personas representarían, cómo serían los dueños de esas voces y sonidos incomprensibles para mí y que en cierto modo me daban miedo, cosa normal en un mocoso ignorante —a sus 8 años— que entraba en contacto por primera vez con el latín, el francés y el alemán.
Me fascinó tanto que lo escuché hasta que me cansé o, mejor dicho, hasta el día que mi tío me pidió que lo metiera en la grabadora como se nos había vuelto costumbre y, sin querer, presioné el botón Rec junto con el Play. Por ahí debe andar arrumbada la cinta donde incluso se oye mi vocecita chillona diciendo «Es el de Carmina Burana pero no empiezaaaaaaa…» en lugar de los primeros 30 segundos de O Fortuna.
La cubierta del cassette estimulaba sobremanera a mi imaginación, que formaba los rostros de hombres barbados, ojerosos, sucios y miradas torvas; mujeres de piel blanca y vestidos amplios con ojos bellos pero fríos. Todos ellos cantaban, bebían, bailaban alrededor del fuego y los barriles de licor o cerveza o lo que fuera que les encendiera el ánimo de ese modo, tornándoselo en una mezcla de picardía, perversión y maldad. Cómo no iba a imaginar todas esas cosas viendo este increíble collage de ilustraciones de Hieronymus Bosch (“El Bosco”, pa’ los cuates) y Jan van Eyck, creado por Lynn Robb:
Antes de Manzarek, Orff: El puente entre lo electrónico y lo medieval
Carl Orff fue el primero en rescatar del olvido algunos (25, para ser exactos) cánticos de Carmina Burana y recrearlos de manera que pudieran ser representados sobre un escenario entre 1935 y 1936, antes de su estreno el 8 de junio de 1937 en la Alte Oper de Frankfurt, bajo la dirección de Oskar Wälterlin.
La riqueza rítmica de la adaptación de Carl Orff reside en que el ritmo y la cadencia son sello elemental en cada una de las piezas; lo mismo se disfrutan de manera individual que unidas en un todo, siempre regido por la teatralidad al ensalzar los vicios y placeres mundanos que poco han cambiado en los últimos 900 años y que tan bien plasmados están en latín, francés y alemán antiguos a través de una exquisita gama de líricas que van de lo cínicamente vulgar a las más bellas manifestaciones de amor y ternura.
Los hijos de Goliás
El gigante mitológico que representaba a la sensualidad y el desorden sirvió como inspiración al grupo que originalmente se denominaba como Clerici Vagantes (Clérigos vagantes), quienes, contrarios a lo que el sistema imperante durante el siglo XII y diosito mandaban, dejaron de lado el claustro y se dedicaron a ir de aquí para allá llevando una vida disoluta, con lo que difundían una filosofía de vida que cuestionaba y hacía mofa de lo sagrado, lo puro y lo moral.
En su poesía, siempre alejada de las metáforas clásicas de la época y plena de libertad, eran constantes los señalamientos hacia la hipocresía nobiliaria y clerical, lo que les ganó —al mismo tiempo que la simpatía del pueblo— el ser perseguidos y acosados hasta el punto de la excomunión.
Sin embargo, se las ingeniaron para mantener vivos durante tres siglos su tradición y legado, que además de tener un papel fundamental en la vida cultural del medievo han sobrevivido hasta nuestros días gracias su espíritu rebelde y contestatario. Pero…¿Por qué tanto escándalo? ¿Qué era eso que los goliardos canturreaban aquí y allá?
In taberna quando sumus…
Si bien fueron descubiertos por Johann Christoph von Aretin en 1803, en el Monasterio de Benediktbeuern, Bayern, Alemania, no hay consenso sobre el origen exacto de los Carmina Burana —que reciben su nombre de la latinización de Beuern a “Bura” — ni de que hayan sido escritos en tal lugar. Al contrario, dada la naturaleza vagabunda de los autores, es posible que hayan llegado de cualquier otro punto de Europa occidental y terminado sus días ahí, arrumbados.
Esta recopilación conformada por 318 textos —de los que algunos se han perdido con el paso del tiempo—es la mayor apología del placer terrenal, el amor al vino, el goce de la sensualidad y la apreciación de la Naturaleza. La alegría, la euforia, la bondad, la belleza y lo profano convertido en sagrado representaron la alegría de vivir en medio del oscurantismo medieval, del mismo modo que el apego a la libertad, la poesía, la marginalidad, el exceso y la bohemia estuvo siempre salpicado por temas existenciales como la incertidumbre a que está sujeta nuestra condición humana.
O Fortuna
La diosa que decide nuestra suerte nos observa con fría indiferencia sentada en medio de una rueda que lo mismo puede encumbrarnos en la gloria, que aplastarnos en la parte baja. Para ella es igual si estamos arriba o abajo, si perdemos la salud y la riqueza con sólo un giro o, al contrario, la suerte y el éxito nos sonríen de repente. Por eso tiene un pergamino vacío en cada mano: no sabe (ni le importa) el designio que el destino pudiera tener para nosotros.
¿Quieres probar suerte con esta sobrecogedora pieza de arte? Sírvete un trago de tu destilado preferido, ponte cómodo en tu sillón favorito, relájate y sumérgete en las letras de esta sublime oda a lo mundano haciendo click aquí al mismo tiempo que le das play a este par de bellezas:
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