Breves reflexiones causadas por El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha
Breves reflexiones causadas por El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha

Breves reflexiones causadas por El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha

Cuando comencé a leer El ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, sufrí un bloqueo lector debido a lo complejo del castellano antiguo (incluso tuve que leerlo con diccionario en mano y sin saltarme las notas al margen) por el que no le veía fin.


De cualquier modo, cuando por fin terminé de leerlo, me di cuenta de que leerlo fue sumamente placentero, aunque fuera a ratos. Una vez que se le toma ritmo, Don Quijote se convierte en un ameno maestro; lo más valioso que aprendí de Alonso Quijano, Sancho Panza y la rica gama de personalidades que Miguel de Cervantes Saavedra plasmó en su obra máxima es que, para transitar por esta vida sin perder la cordura, es necesario (paradójicamente) estar un tanto loco; ser consciente de lo que se es y mantener eso bajo control.

Reafirmé que, eventualmente, requiero salirme del guion marcado por la rutina y la costumbre; necesito inventarme una aventura, alguna nueva emoción aderezada por una nueva Dulcinea del Toboso (que, ojo, no necesariamente debe tomarse literalmente como una mujer; bien puede ser una meta, un aliciente) que me haga cometer locuras, que espolee a la motivación con forma de Rocinante, que me haga ir a enfrentar al león enjaulado del hartazgo y caer en la cueva de Montesinos donde habita lo más sórdido y fantasioso de mi personalidad.

Supongo que eso es lo que hacemos los locos funcionales: andar por ahí enfrentando ejércitos de ovejas y decapitando odres, rescatando a falsas doncellas que no nos necesitan para nada, atesorando reliquias que no resultan ser más que basura para después, cansados de jugar, regresar a la cordura en nuestra zona de confort. Siempre podemos deshacer el encantamiento, ponerle un alto antes de que nos consuma totalmente y nos lleve a un punto sin retorno.

Homenaje a Don Quijote - Andrés Salgó

Por eso te comparto este mínimo fragmento en que Don Quijote, justo en el medio de su locura, deja de ser un patético soñador y admite, ante Sancho, ante sí mismo y ante el lector, que mantiene el control sobre su monstruosa quimera, aunque a ratos ésta parezca sorberle febrilmente el seso. El momento en que se planta gallardo, más firme que cuando embistió a los molinos, escudo en una mano y lanza en la otra, para dar una muestra de lo sencillo que es cruzar la línea entre la gris realidad y la colorida fantasía.

Así que, Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra. Sí, que no todos los poetas que alaban damas, debajo de un nombre que ellos a su albedrío les ponen, es verdad que las tienen. ¿Piensas tú que las Amariles, las Filis, las Silvias, las Dianas, las Galateas, las Fílidas y otras tales de que los libros, los romances, las tiendas de los barberos, los teatros de las comedias, están llenos, fueron verdaderamente damas de carne y hueso, y de aquellos que las celebran y celebraron? No, por cierto, sino que las más se las fingen, por dar subjeto a sus versos y porque los tengan por enamorados y por hombres que tienen valor para serlo. Y así, bástame a mi pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta; y en lo del linaje importa poco, que no han de ir a hacer la información dél para darle algún hábito, y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo. Porque has de saber, Sancho, si no lo sabes, que dos cosas solas incitan a amar más que otras, que son la mucha hermosura y la buena fama; y estas dos cosas se hallan consumadamente en Dulcinea, porque en ser hermosa ninguna le iguala, y en la buena fama, pocas le llegan. Y para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada; y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad, y ni la llega Elena, ni la alcanza Lucrecia, ni otra alguna de las famosas mujeres de las edades pretéritas, griega, bárbara o latina. Y diga cada uno lo que quisiese; que si por esto fuere reprehendido de los ignorantes, no seré castigado de los rigurosos.

¿Se te antoja disfrutar el libro y liberar a tu loco interior, para ver qué párrafos te trae a su regreso? Dale play a la rola…


Luego, entra a la Biblioteca que poco a poco voy armando en este, tu nuevo sitio web favorito, para tu deleite.

Por cierto, no esperes encontrar la falsedad esa de “Si los perros ladran es señal de que estamos avanzando”. No existe tal cosa en este libro, neta, no lo abras con esa intención. Es más, si te da flojera leerlo no pasa nada; puedes decir que sí lo leíste y no la encontraste, o que diste con este artículo en que el autor, todo buena onda, te avisó sobre semejante barrabasada para que no hicieras el ridículo como tantos otros que se han llenado la boca afirmando lo contrario.

Para cerrar con broche de oro, te invito a visitar este otro artículo donde te presento un poco de lo que encontrarás en el Museo Iconográfico del Quijote, ubicado en la ciudad de Guanajuato. Es un imperdible de esa ciudad.


¿Me invitas un cafecito?

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