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Añoranzas y esperanzas de Zacatecas
Si bien fueron catalogadas como real de minas al poco tiempo de haber sido descubiertas durante la época colonial, estas tierras ubicadas al norte del país pronto mostrarían una riqueza digna de recibir del entonces rey de España, Felipe II, el título de Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas. Sin embargo, su fama ha trascendido al paso del tiempo; tan es así que actualmente es reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Motivaciones personales
Mi papá nació en Cieneguilla, comunidad que en aquellos tiempos era una ranchería y después, desafortunadamente, pasó a ser la sede del Centro de Readaptación Social capitalino. La curiosidad y la nostalgia me subieron en un autobús hace tiempo y, una vez estando allá, mis pasos me llevaron a recorrer Zacatecas con la esperanza de recuperar algunos recuerdos de la infancia y crear otros por mi cuenta, en una especie de acto de amor por mis raíces y por una ciudad que siempre termina por atraparme, enamorarme y hacerme suyo.
Zacatecas me encanta porque, dentro del mismo diseño urbano repleto de destellos rosados y anaranjados bajo el sol, te presenta su alegría de vivir en diferentes formas. Ya seas visitante primerizo, un curioso que busca nuevas sensaciones o tengas la dicha de vivir allá, la caminata entre sus calles plenas de historia te hace respirar su aroma, atesorar sus tardes lluviosas, abrir los brazos y levantar la cara al cielo mientras la caída del sol baña con sus últimos rayos a la ciudad. Lo que vivirás allá será inolvidable.
La bella con corazón de plata tiene dos caras. De día es encantadora, alegre; la combinación entre su inconfundible cantera rosa y el azul intenso del cielo crea una sensación de bienestar que en pocos lugares he sentido. Es inevitable voltear hacia todos lados para devorarla con los ojos desde la primera hora de la mañana hasta que cae la noche y entonces, cual chica en primera cita, reaparece deslumbrante con un look totalmente distinto.
Ella cambia su atuendo por uno negro y oro, lista para terminar de conquistarte con su cielo estrellado que parece un eterno collar de perlas y sus callejones —semejantes a las curvas de unas caderas generosas que se extienden en las largas rectas de unas piernas bien torneadas—. Al terminar el embelesamiento, no queda más que sentarse y contemplarla con toda calma.
Sencillamente, te hace recordar algo tan básico como que la felicidad no se encuentra en las posesiones materiales y los lujos, sino en los detalles de la vida que somos capaces de atesorar para siempre en nuestras memorias hasta el día en que dejemos de existir y eso sea lo único que nos llevemos.
Lugar de historia y costumbres
Por la mañana, el burrito aguamielero y su patrón reparten vasos con esa deliciosa bebida a todo aquel que se cruza en su camino. Más tarde, puedes ver al organillero trabaja duro día con día para mantener viva a una tradición (y a sí mismo), así como el típico carrito de helados que ofrece, entre todos sus ricos postres, uno folclóricamente bautizado como “pito de perro” (aunque muchos juran que se trata de una alegoría a las torres de la Catedral y se ofenden si lo pides por su nombre divertido): helado de vainilla relleno de guayaba con un poco de grosella en la punta. Poco importa que alguien te alburee por llevártelo a la boca; su sabor bien vale las risas cuando lo presumas en redes sociales.
Si prefieres algo un poco más contundente, a lo largo de la Avenida Hidalgo (la vialidad principal de la ciudad) encontrarás más de una ocasión para refrescar la garganta con una cerveza helada antes de continuar tu recorrido; mejor aún si lo haces desde un balcón con vista espectacular, como este frente al Portal de Rosales.
Después de un ratito de merecido descanso, puedes visitar el Memorial de los mineros zacatecanos, que se encarga de recordar a quienes dejaron la piel y los pulmones en las entrañas de la tierra para levantar a tan bella ciudad…
La Plaza Genaro Codina, un íntimo tributo al compositor de la Marcha de Zacatecas, considerada como el segundo Himno Nacional y, además, Himno de la Charrería Mexicana…
O la Plazuela Francisco Goitia, donde, además de honrar al célebre escultor y pintor, todos los zacatecanos encuentran un punto de encuentro para disfrutar actividades culturales al aire libre cada jueves, que cierran al caer la noche con las primeras notas de una melodía que todo mexicano conoce. Se llevan la mano al pecho; recuerdan quiénes son con una solemnidad y potencia tal que eriza la piel y agranda aún más el orgullo que siento por tener mis raíces tan profundamente asentadas en esa planicie rosa y plata.
Ecos y añoranzas
Tiempo después de ese viaje, mapa en mano, pensé: “Me terminé Zacatecas. Visité todos los museos que quería, todos los monumentos que me atraen, recorrí sus calles una y otra vez, ya puedo orientarme para llegar a casi cualquier lado. Ya no me depara más”. ¡Error! para empezar, al revisarlo me di cuenta de que sí me faltan algunas cosas, además de que no todos los atractivos turísticos aparecen en él (los puntos marcados en color naranja ya están):
Es precisamente hasta que uno empieza a observar los pequeños detalles que encuentra el verdadero encanto de esa ciudad. Aún hay mucha tela de dónde cortar: me falta asistir a alguna edición del Festival Cultural, recorrer bares y cantinas hasta que me sorprenda el amanecer, terminar de paladear su inmensa oferta gastronómica. Chingos de cosas, y estoy feliz por ello.
Contrario a mi costumbre, me encanta darme cuenta de que dejé algo pendiente por allá, de que siempre encontraré un pretexto para volver. Para mí, Zacatecas nunca se acabará.
¿Me invitas un cafecito?