No hay productos en el carrito.
CUENTO – Una señal inequívoca
–Ya dime –insistió, mientras estaban sentados en flor de loto uno frente al otro, sobre la cama.
Ella lo conocía bien; con el tiempo había aprendido a reconocer sus señales. Por ejemplo, sabía lo que significaba cuando él hacía crujir la mandíbula.
–Cuando haces ese chasquido significa que estás estresado o vas a decir algo importante. ¿Por qué no lo dices?
Habían estado platicando por un buen rato; ella con algo de ropa puesta, él casi desnudo (sólo llevaba puesta la ropa interior) haciendo gala de su innato exhibicionismo aunque, repentinamente y pese a lo desenfadado de su aspecto, estaba muy nervioso. Sabía que esa pregunta lo había tomado por sorpresa y no tenía modo de salirse por la tangente o fingir demencia. De todos modos, lo intentó:
–Bueno, al parecer sabes qué es lo que quiero decir, así que ¿por qué debo ser yo quien lo diga?
–Porque me gusta que lo hagas…
Fue en ese momento que no tuvo nada que hacer. Quedó completamente desarmado, llevaba toda la noche con las palabras columpiándose en la punta de su lengua y ahora que se sabía descubierto estaba inquieto; no porque fuera la primera vez que diría algo así (incluso se lo había dicho a ella misma hacía mucho tiempo), sino porque el mismo lapso transcurrido desde la última vez fue el encargado de sembrarle la incertidumbre acerca de la reacción que obtendría. Con todo, últimamente había retomado la costumbre de jugárselo todo a una carta, así que apuntó y disparó:
–Lo que crees que voy a decir es que te quiero, ¿No? Pues…sí, te quiero…
–Yo también te quiero.
(Bang)
Todavía con un cierto temblor recorriéndole el cuerpo, se acercó a ella, le acarició la cara y el cabello; la atrajo hacia sí y la besó en los labios intentando con todas sus fuerzas que ella creyera lo que había escuchado, que el fuego que lo estaba devorando por dentro la envolviera también y los incinerara juntos hasta que el nuevo día les hiciera abrir los ojos.
¿Me invitas un cafecito?