Los ojos
Los ojos

Los ojos

Los ojos correctos pueden provocar un sinfín de cosas si su carta de presentación fue una divertida brisa de simpatía que terminaría por convertirse en una tormenta de atracción y lujuria desenfrenada.

Después de ese primer impacto, y muchísimos más que han convertido días normales en los mejores de mi vida al punto de tenerme pensando en comprar un anillo y pedir una mano, me volví propenso (y adicto) a pasar todo el día atrapado en ellos.

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Poco importa si los he estado disfrutando con inusitada voracidad; tampoco el hecho de haberlos conocido en sus distintas facetas —sonrientes, tímidos, emocionados, brillando de placer; en contraparte, nostálgicos, tristes, enojados—. La realidad es que, aún después de contemplarlos a diario, no dejo de pensarlos, de añorarlos y desear perderme en su profundidad en cuanto dejo de tener contacto con ellos.

El momento más duro es justo ese: cuando caigo en cuenta de que, al menos por unas horas, ya no me es posible verlos para disfrutar cada matiz que la luz regala a tus miradas y sentir cómo escudriñan en mi alma, sabiéndose capaces de derretir el glaciar más firme.

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Soy afortunado si esa sensación llega una noche en que no estemos juntos, pues por lo menos tendré la oportunidad de ir a dormir para dejar de pensarte y recordarte, refugiado en la inconciencia, pues mejor opción resulta perderme en las penumbras oníricas por unas horas que continuar quemando el alma en la añoranza, aún durante el lapso entre la intención de dejar de contemplar tus ojos en mi mente y la llegada del sueño profundo (ese momento que algunos llaman limbo).

Se percibe el punto álgido de la nostalgia…y a la mañana siguiente, cuando despierte sin ti, el deseo y el amor se encenderán de nuevo en mi mirada, correspondiendo a lo que cada día veo en la tuya y esperando con ansias el correr de las horas para sumergirme de nuevo en esos paraísos de color verde. El correr de los meses para que seas, más allá de cómo ambos nos referimos uno al otro, mi esposa.

Conejitos


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