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Un recorrido por la Parroquia de Santo Domingo, en Zacatecas
La Parroquia de Santo Domingo, cuya construcción fue iniciada por la orden de los jesuitas en 1746 y, tras la expulsión de éstos, concluida por los dominicos en 1749, es la segunda edificación de carácter religioso más importante de la ciudad de Zacatecas, sólo detrás de la Catedral Basílica. Sin embargo, su valor no se limita meramente a lo eclesiástico, sino que también ofrece un gran referente histórico, cultural y turístico.
Aunque su fachada de estilo neoclásico es impresionante por sí sola, es su rico interior el que da muestra del poderío económico de la Corona Española en tiempos de la colonia a través de los ocho retablos barrocos de madera estofada en lámina de oro –únicos en toda Zacatecas–, así como el altar principal que fue reconstruido en estilo neoclásico tras el incendio de 1748 que lo consumió casi en su totalidad y está dedicado a la Virgen de la Inmaculada Concepción, que se ve acompañada por sus padres, San Joaquín y Santa Ana, así como Santo Domingo de Guzmán.
Los ocho retablos
Cada uno de ellos tiene una dedicatoria específica, con lo que la Parroquia de Santo Domingo expande su alcance para brindar a los creyentes católicos diversas opciones a las cuáles dirigir sus plegarias dentro de sus muros.
El primer retablo está dedicado a las ánimas del purgatorio. Se dice que en el momento de la muerte no importa el estatus económico, pues nadie queda exento de visitar el purgatorio, donde se decidirá si su estancia en la Tierra había (o no) honrado a Dios.
La Virgen de la Luz rige el segundo retablo, al que las mujeres embarazadas dirigen sus oraciones con la esperanza de salir bien libradas de las labores de parto. Un detalle notorio se aprecia en la mano derecha de la virgen, con la que arrebata a un niño de las garras del demonio, mientras con el brazo izquierdo carga a otro infante.
El tercer retablo representa a la Divina Providencia: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El cuarto retablo honra a la Virgen de los Dolores. En la parte superior se encuentra la efigie de Jesús crucificado, motivo de sufrimiento y oraciones por parte de la virgen y sus fieles.
La Virgen de Guadalupe hace acto de presencia en el quinto retablo acompañada por San Ignacio de Loyola, santo patrono de los jesuitas, así como Santo Domingo de Guzmán.
El sexto retablo se dedicó a San Francisco Javier, personaje de suma importancia dentro de la diócesis jesuita.
El séptimo retablo está dedicado a San José, a quien acompaña Santa Tacita, patrona de los trabajadores domésticos, quienes se encomiendan a ella para que les vaya bien en el trabajo, además de Santa Cristina y Santa Lourdes.
El último retablo, el octavo, presenta a la Virgen del Rosario, traída por los dominicos, acompañada por San Ignacio de Loyola.
La cara oculta de Santo Domingo
Tras el cierre de puertas al salir el último feligrés –la Parroquia de Santo Domingo suspende actividades de 1 a 4 de la tarde todos los días–, tuve oportunidad de platicar con el señor Juan, cuidador del templo, quien amablemente me dio un tour por los lugares que pocas personas, salvo quienes laboran ahí y algunos visitantes privilegiados, hemos podido apreciar.
El primero de ellos es la sacristía; de forma octagonal, se trata del lugar más íntimo de la iglesia. Ahí los sacerdotes se atavían con el hábito, además de ser el espacio donde se guardan los aceites, las hostias, los vinos consagrados y diversas reliquias de las que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) se hace cargo de proteger.
En ese espacio se encuentran obras de arte –entre ellas, las pinturas realizadas en el siglo XVIII por el pintor Francisco Martínez que representan el Via Crucis de Cristo, el busto de San Ignacio de Loyola que se encontraba en el altar original y fue parcialmente consumido por las llamas, y los cuatro marcos ubicados en la cúpula que albergaban pinturas que han sido consumidas por el paso del tiempo debido a que fueron creadas con tierra teñida–, muebles, cajoneras y sillas, todos realizados en madera de mezquite.
Muchos de esos aditamentos tienen casi 300 años de antigüedad, por lo que el INAH ha prohibido que se les haga cualquier reparación para conservar su esencia original.
En el espacio destinado al coro se encuentra un órgano barroco de mediados del siglo XVIII dedicado a la Virgen de Guadalupe que luce un vivo e inusual color rojo, así como el labrado en las flautas dedicado a las deidades prehispánicas que solían ser adoradas por los habitantes originales de la región. Esta última característica es lo que lo hace único e irrepetible en México.
El recorrido continúa por diversas áreas, desde el salón donde se practica el catecismo, amueblado con pupitres y un pizarrón, hasta viejas covachas donde lo mismo se encuentran imágenes deterioradas de santos y vírgenes que atuendos en desuso bordados con hilos de oro y plata –prueba del poderío económico del clero durante el virreinato– o la cripta donde descansan los restos de sacerdotes y gente con dinero que, siempre cercana a la iglesia, se ganó a golpe de diezmos un lugar desde donde su alma pudiera llegar más rápido al paraíso.
Cerca del cielo
La vista desde la azotea de la Parroquia de Santo Domingo es magnífica. La belleza de la capital zacatecana se aprecia a 360 grados; dos calles al frente se ven la Catedral Basílica y la Plaza de Armas; al dejar ir un poco más allá la vista, el Cerro de La Bufa remata la panorámica. A la derecha, la Iglesia de Fátima; a la izquierda el Teleférico, todo envuelto en brillos rosas de cantera, un cielo puro y los destellos del sol que brindan una cálida sensación de paz.
Se crea o no en alguna religión, la Iglesia de Santo Domingo es un must del turismo zacatecano, fundamental para adentrarse en la historia y tradición de la ciudad.
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