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Teleférico de Zacatecas: Una tradición de altura
Tenía cuatro o cinco años cuando subí por primera vez al Teleférico de Zacatecas. Era la recta final de la década de los ochentas, por lo que el primer teleférico del país ya contaba con casi una década de funcionamiento; en aquel entonces, las cabinas, aunque eran más pequeñas, podían transportar hasta doce personas de pie, a diferencia de las ocho que caben cómodamente sentadas en la actualidad. Recuerdo de manera muy vaga haber mirado hacia afuera y sentirme fascinado por lo chiquito que se veía todo desde esa altura.
Más de treinta años después y tras pasar la mayor parte de mi vida en la Ciudad de México, me dio por regresar a redescubrir mis raíces. El antiguo teleférico, aquel que fue inaugurado un 3 de octubre de 1979 y se convirtió en la primera atracción de ese tipo en el país, se mantuvo en funcionamiento durante casi 37 años hasta que, en septiembre de 2016, comenzó un proceso de renovación que lo dejó inactivo hasta mayo de 2018, cuando estuvieron listos para la acción los 650 metros que separan al Cerro del Grillo del Cerro de La Bufa, a una altura máxima de 100 metros.
De las siete cabinas disponibles escogí la que tiene piso de cristal, ligeramente más cara que las normales, pero que bien vale lo que cuesta…y el paseo comenzó. Da un poco de miedo, quizá porque no es lo mismo abordarlo siendo un niño que está descubriendo el mundo que hacerlo como un adulto que ya ha visto suficientes cosas horribles como para que su imaginación le juegue malas pasadas. Tampoco ayuda mucho uno que otro ligero jalón sobre el cable mientras la cabina pasa, pero…¿Qué demonios?
—Si he de morir un día, mejor que sea haciendo algo tan genial como esto —pensé, igual que la vez que me subí a la Tirolesa 840 y quedé impresionado al ver el yacimiento de cantera rosa que me recibiría si el cable o mi arnés fallaban.
Sin embargo, basta un par de minutos para olvidar el vértigo y los temores. Ver la hermosa capital zacatecana desde las alturas es una experiencia incomparable: la grandeza de sus monumentos se vuelve relativa, aunque adquieren una belleza de conjunto y se vuelven tan dignos de admiración como la maqueta que el arquitecto recién ha terminado y contempla satisfecho de su trabajo.
Absolutamente cualquier preocupación o problema que tengas se hará pequeñita durante los cinco minutos que dura el recorrido, justo como sucede con la Catedral Basílica, el Teatro Calderón, el Mercado González Ortega, el Ex Templo de San Agustín, el Museo Pedro Coronel; verlos a la distancia, desde una perspectiva muy distinta a la imponente y soberbia que ofrecen desde tierra, te permite darte cuenta de que nada es tan grande como para impedirte volar y respirar otros aires.
¿Me invitas un cafecito?
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