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Libertad
La libertad es movimiento, revolución constante.
Libertad equivale a felicidad, tanto en significado como en la manera en que ambas llegan: ninguna de las dos presenta una bandera a cuadros al ser conquistadas, no son un ideal distante; tampoco un paraíso lleno de querubines en calzones tocando trompetas a manera de bienvenida al estado mental que buscaste durante tanto tiempo y por fin alcanzaste para jamás salir de él, para quedarte siempre ahí, admirándote a ti mismo mientras la confortable inercia te da palmaditas en el la espalda y susurra en tu oído: “Muy bien chico, lo has logrado, aquí está tu trofeo”.
Como veo las cosas, la sencillez es libertad. Soy libre y feliz cuando enciendo un cigarro para acompañar el primer café de la mañana y después el olor a huevos revueltos con jamón, frijoles negros y salsa roja me invitan a almorzar.
Cuando, estando en el estudio, el aire frío y los rayos del sol me obligan a abrir la ventana al máximo y disfrutar sus caricias. Cuando viajo. Cuando conozco y aprendo algo nuevo por el mero gusto de hacerlo.
Soy libre cuando ando allá afuera caminando con los audífonos puestos, disfrutando una tarde bañada por el ardiente sol o bien, fría y nublada, con apenas unos cuantos rayos filtrándose entre las nubes; sintiéndome propietario del sendero que en ocasiones me disputa el control sobre mis pasos y el destino de los mismos: una exposición artística, los múltiples tonos verdes de un parque, un bar, un cine, un teatro.
Soy libre cuando una canción prescinde del lenguaje hablado y penetra en mis sentidos llenándome de una paz cálida, removiendo todo vestigio de cualquier otra sensación; haciéndome cerrar los ojos, levantar la cara, sonreír y respirar hondo.
¿Me invitas un cafecito?