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Grunge en tu idioma: La Banda Sin Hígado
Aunque no se ha dado un revival “oficial” de la moda y tendencias de los 90s, si el grunge ha podido mantenerse con vida —por lo menos en lo que toca al underground mexicano y muy aparte de la nostalgia que algunos viejos sentimos por ese género— es gracias a La Banda Sin Hígado [LBSH, pa’ los cuates), agrupación originaria del norte de la Ciudad de México con 21 años de experiencia sacudiendo la escena subterránea de la gran Tenochtitlán y algunos alrededores a guitarrazos crudos y distorsionados.
Con claras influencias de bandas legendarias del grunge —Nirvana, Foo Fighters, Queens of the Stone Age, principalmente— y de autores literarios como Charles Bukowski, Carlos Castañeda o Allen Ginsberg, el sello distintivo de La Banda Sin Hígado es una importante carga en el mensaje de sus canciones, donde lo mismo caben la cotidianidad de la vida y la socialización, el amor y el desamor desde una perspectiva alejada del romanticismo de microondas, que los aspectos más abstractos de la existencia.
El ascenso de Deimos
Este power trío formado por Ana (bajo), Peluso (batería) y 666 (voz y guitarra) ha sido congruente con la filosofía del grunge desde sus inicios. Jamás firmaron con alguna disquera (ni se ven indicios de que lo vayan a hacer); toda su energía se enfocó en hacer lo que mejor saben: tocar, tocar y tocar, por lo menos una vez por semana. Los foros underground de la CDMX —Rockotitlán, El Bulbo, Rock Stock, Foro Alicia, La Madre Diabla, El Imperial, Multiforo 246, Radio City Music Hall— fueron testigos durante años de cómo Deimos —como se hicieron llamar en aquel entonces— fue haciéndose de una fanbase chiquita pero leal, conformada por gente que los conoció cuando MySpace era la red social en boga y…de alumnos de 666, quien es profesor de Lenguaje y Comunicación y Taller de Análisis y Producción de Textos.
Lo borracho y lo cabrón se me quita en el panteón
Ana cuenta una anécdota graciosa al respecto: durante sus tiempos universitarios, un amigo los bautizó así porque empinaban el codo con singular alegría. “¡Pinche Banda Sin Hígado!”, les decía cada vez que se encontraban en los bares de la colonia San Rafael. Por un tiempo lo usaron como “apodo” o “segundo nombre” acompañando al original Deimos, pero después de que todo mundo empezara a reconocerlos así gracias a…
…el nombre llegó para quedarse. Además, les vino como anillo al dedo: desde el lanzamiento de Moloch —disco que contiene esta especie de himno y que, de hecho, es mi favorito de ellos— en 2009 no habían hecho nada en forma salvo seguir ensayando, componer rolas que no terminaban de cuajar hasta que las tocaban en vivo —pero no llegaron a grabar—, un proyecto solista de 666 compuesto por covers a canciones que han marcado algún momento de su vida, la mudanza de Peluso a Cuernavaca (aunque siguen trabajando super bien a distancia gracias a la tecnología, que tantos paros le ha hecho a la banda durante la pandemia) y hablando de tecnología, su incursión en Spotify y la transición de los flyers y las tocadas en el Tianguis del Chopo hacia una viralización masiva.
Grunge is (not) dead
Atrás del edificio donde viven Anita y 666 hay un espacio que hace un año convirtieron de un páramo terregoso a un acogedor jardín. Sembraron pasto, compraron macetas, pusieron algún mueble para sentarse a pasar el rato a gusto y, cuando se dieron cuenta, ya habían sacado un micrófono, una cámara y la guitarra acústica de 666.
Fue así como surgió Sesiones de jardín, casi sin quererlo, como una manera de aterrizar las rolas que ya tenían en un ambiente más crudo, acústico e íntimo recurriendo sólo a la guitarra y la voz, lo que para sus fans resulta un agradable regalo y para la banda un refresh muy terapéutico y una forma de reconectarse con el exterior tras los dos años que pasamos encerrados.
Ese nivel de intimidad se ha prolongado más allá de aquella penosa situación y esta semana estrenaron la octava entrega de estas íntimas sesiones, titulara Chupacabras. ¡Disfruta!
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