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De taxistas y mamás
Cierta tarde acababa de abordar un taxi, cuando entró una llamada de mi papá preguntándome X cosa. Cuando colgué, el taxista, un señor ya mayor, me dijo:
— ¿Le platico algo, señor? ¿Puedo?
Respondí que sí y dejé lo que estaba haciendo para prestar atención. Empezó a contarme que, a sus 68 años, se siente afortunado por tener todavía a su madre, aunque a su padre se lo llevó hace ya muchos años el cáncer. Dijo que su viejo era un hombre fuerte, muy sano, sin vicios, «aunque sabía tomar, pero eso es muy distinto». De repente le vino la maldita enfermedad y lo mantuvo sufriendo durante tres años y medio antes de que por fin pudiera descansar en paz.
—Mire lo que son las cosas, señor; mi papá era sano y ya murió. Mi mamá siempre ha sido enfermiza y aquí sigue, a sus 102 años.
Continuó diciendo que su mamá necesita silla de ruedas porque como a los 70 tuvo problemas con los meniscos y él decidió que no la operaran, pues ya a esa edad muchas veces se quedan en la plancha; pero fuera del problema en sus rodillas, la señora goza de buena salud, está entera y lúcida.
—¡Hasta me regaña a veces, señor! —me dijo—. Fíjese que yo tengo la costumbre de marcarle dos veces al día para ver cómo está, y hay veces que aunque ya hemos hablado de cierto tema, me vuelve a preguntar. Por eso hay veces que no le llamo, para dejarla descansar, y cuando vuelvo a hacerlo me dice: «¿Cómo estás, bien? Qué bueno, adiós», y yo le respondo: «¿Cómo que ‘adiós’, si no hemos hablado hoy». Y contesta ella: «Pues es que no me hablas, has de estar muy ocupado», y yo le digo: «Pues márcame tú», a lo que remata con un: «¿Quién es el hijo? ¿De quién es la obligación?».
—Dejarán de ser mamás —le respondí, conmovido por la forma en que su madre me recuerda a la mía.
Noté que su tono de voz se transformaba de una hermosa manera cuando se refería a «su mami»; se vuelvía un tanto tiplosa, casi infantil, y por el espejo vi que los ojos se le iluminaban. —Es un regalo de dios, señor —soltó de repente—. Cuando yo era niño le pedía a dios que mi mamá nunca se muriera, y mire, aún la tengo conmigo.
Los argumentos que siempre me vienen a la mente cuando alguien me habla de cosas religiosas se derrumbaron por esta vez, porque ¿Quién se atrevería a contradecir, aunque sea con el pensamiento, a una persona cuya fe es alimentada por el amor?
Llegamos a mi destino; pagué la cuenta del taxi, agradecí el servicio y le pedí que cuidara mucho a su mamá.
Un cigarro ayudó a que mis emociones circularan, ahora que llevo ya un tiempo viviendo fuera de la casa de mis padres. Aún cuento con ambos, aunque, como la mamá de aquel amigo taxista, ambos presentan desgaste en su salud. No es sencillo dedicarme a mis asuntos sin ensimismarme; en ocasiones siento (y, sin querer, les he hecho sentir) que me deslindo de ellos debido a los pendientes de la casa, mi trabajo de los fines de semana, el de entre semana, mi vida en pareja. Procuro mantener contacto, visitarlos por lo menos una vez a la semana, y me consuelo pensando que tal vez eso sea suficiente.
No sé si lo sea; lo cierto es que, aunque no comparto el enfoque religioso y sé que el momento llegará, sí pido que me duren por muchos años más. Quiero que asistan a mi boda, que conozcan a sus nietos. Quiero (y necesito) ganarle esa carrera al tiempo, aunque sé que no perdona.
¿Me invitas un cafecito?