Todo abuelito tiene dedos de luna
Todo abuelito tiene dedos de luna

Todo abuelito tiene dedos de luna

Cierto día soñé con mi abuelito Manuel, quien falleció hace ya varios años.

Mi abuelito, don Manuel Cárdenas

En el sueño, estábamos él y yo en un concierto de artistas mexicanos de los que le gustaban, como Rocío Dúrcal, Vicente Fernández y Juan Gabriel. Creo que estaba cantando Juanga cuando tuve ganas de ir al baño; me levanté de mi asiento, volteé a verlo para avisarle que regresaba en un momento y noté que lloraba.

Al preguntarle el motivo, respondió “Es que perdí el triplay” (él era carpintero); lo abracé y le dije “No te preocupes, al rato compramos otro”. Me miró al tiempo que decía “¿Verdad que soy tu abuelito Manuel?” y yo respondí con lágrimas en los ojos “Siempre lo vas a ser”.

Las lágrimas me siguieron fuera del sueño y necesité varios minutos para calmarme; me sorprendió darme cuenta de que sollozaba como un niño pequeño al que le hubieran quitado su dulce. A tanto tiempo de su muerte, sigo teniendo todos esos bellos recuerdos que, por alguna razón, asaltan mi mente cuando menos lo espero.

Se arremolinan los momentos bonitos, las palabras, la convivencia que hubo prácticamente desde que nací. También aquellas situaciones en que tuvimos los roces típicos de cualquier relación intergeneracional y por los cuales le pedí perdón en su cama de hospital sin siquiera mediar palabra, simplemente recargando mi cabezota sobre su pecho y soltándome a llorar porque no quería que se fuera, aun cuando intenté disimular todo lo que pude. Sentí su mano sobre mi cabello y sus palabras resonando en mis oídos: “No pensé que fueras a llorar tanto por mí”.

¿Qué esperaba el señor? Si cuando yo era bebé y me le vomitaba sobre el suéter, él solamente se reía; si la única vez que me dio una nalgada por portarme mal me dolió en el alma y no en el trasero. Si todas esas veces que él mataba los conejos y pollos que criaba para que comiéramos me dejó ayudarle y me enseñó a perderle el miedo a la sangre y a entender que al final de esta vida todos seremos consumidos, ya sea por una especie dominante (como les pasaba a aquellos animales) o por una enfermedad que te lleva en un mes (como le sucedió a él), ¡Y qué bueno! Porque el jodido cáncer no tuvo ocasión de causarle el sufrimiento que usualmente provoca en sus víctimas.

No me gusta ir a su tumba porque no creo en eso de hablarle y dejarle flores a un pedazo de mármol. Prefiero guardarme todo lo genial que hubo, atesorarlo siempre, aunque de vez en cuando duela. Los recuerdos son, al final, más poderosos que un mausoleo o una lápida; ellos nos hacen tener presente quiénes fuimos y quiénes somos ahora, a quiénes hemos amado siempre, sin importar cuánto intentemos sacarle la vuelta al dolor de la ausencia para convertirlo en una sonrisa de ojos húmedos.

Dedos de luna

Me vino a la memoria un cuento que leí hace años, cuando cursaba la educación primaria; lo rescaté del cajón donde los recuerdos suelen quedarse arrumbados y no me resistí a la idea de buscarlo en la red. Afortunadamente lo encontré, ¡Y de qué manera! Escaneado del libro de la escuela y también la versión original, sin los pequeños recortes originados por la adaptación al mencionado libro. En ese orden, puedes encontrarlos aquí y aquí.

Abuelito dedos de luna

No dejes de echarles un vistazo y, si tienes niños, compárteselos. Quizá dentro de muchos años ellos recuerden ese mismo texto un día de resaca, sientan ganas de leerlo nuevamente y sonrían agradeciendo la fortuna de haber conocido a su abuelito.

Y bueno…mientras te limpias las lágrimas, ¿Qué tal unos cuentos del gran Edgar Allan Poe para cambiar el ánimo?


¿Me invitas un cafecito?

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