La lujuria, esa vehemencia del cuerpo humano, tan natural como él mismo, tan satanizada por casi todas las religiones alrededor del orbe.
Me llama la atención que sea específicamente el catolicismo el que le otorgue el calificativo de “pecado” de forma tan ligera a algo como el instinto de preservación de la especie que los humanos, como todos los demás animales, conservamos. La diferencia es que nuestra especie tiene la capacidad de disfrutar el proceso reproductivo y esto es aprovechado para crear en nosotros un sentimiento de confusión primero y de culpabilidad después, al sernos impuesta la aberrante orden de No fornicar por placer, lo que resulta una poderosa arma de manipulación. Si te hago sentir culpable, muestro enojo y te amenazo con quitarte aquello que te prometí con tal de que hagas lo que quiero, ¿cómo te sentirás?
Lo irónico del asunto es que en ocasiones estos señores, tan vehementes defensores de la moral obsoleta y carente de sentido común, no sean capaces de respetar sus propias normas. En la mayoría de las ciudades con legado colonial de México se cuentan historias de monjas que, siglos atrás, fueron seducidas o incluso abusadas sexualmente en sus conventos por los propios sacerdotes y después asesinadas y emparedadas ahí mismo o en los subterráneos de la ciudad para eliminar cualquier evidencia que pudiera poner en duda la castidad y devoción de estos abnegados hombres de dios, y aún esto se queda corto en comparación con las atrocidades que han cometido en materia sexual contra seres inocentes en tiempos más recientes.
Comparado con todo esto, ¿Qué hay de condenable en el sexo entre personas libres y llenas de deseo que buscan satisfacer un instinto que les fue dado por la Naturaleza?
No existe nada más hermoso que el cuerpo humano; si nos encontramos con uno que nos guste, que haga estallar la libido, qué mejor. No es requisito que sea con una persona amada (eso de antemano lo sabemos todos) ni es relevante la preferencia sexual de cada quién. De hecho, tampoco es indispensable que el sexo sea en compañía de alguien: el onanismo está más que permitido por el solo hecho de ser placentero. Simplemente, a veces es necesario dejar que los instintos, la Naturaleza, nos lleven a donde debemos ir sin ataduras ni prejuicios; sin vergüenza por nuestras necesidades fisiológicas ni por nuestros cuerpos que, a fin de cuentas, nos fueron dados para gozar de todos los placeres que este mundo nos depara.
Seamos libres de cuerpo y de pensamiento. ¡Que viva el sexo libre! Pero, aunque el comentario está de sobra, hay que hacerlo de manera responsable y respetuosa tanto con nosotros mismos como con los demás. Teniendo esto en mente, no hacen falta imposiciones ni manipulaciones.
Epílogo
El trabajo que gustosamente presenté para ti durante esta semana de recogimiento y reflexión no pretende en ningún momento ungirme como portador de la verdad absoluta ni mucho menos (para eso ya tenemos a los dirigentes religiosos), ya que la única intención es hacer uso de mi derecho a la libre expresión para manifestar mi inconformidad ante las situaciones e individuos que nos impiden ser plenamente libres.
Sin ser este un malogrado tutorial sobre cómo debe vivir cada quién su vida, me satisface pensar que posiblemente mis ideas empaten con las de alguien más, así sea una sola persona, y que esa sola persona se llevará mis textos para hacerlos suyos y transmitírselos a alguien más, quien posiblemente hará lo propio, enriqueciéndolo con sus propias experiencias y opiniones; naturalmente, también habrá detractores que seguramente se sintieron ofendidos en su fe o simplemente piensan que el mundo debe seguir yéndose a la mierda como hasta ahora, bajo el yugo de hipócritas que pretenden mantenernos ignorantes para saciar sus apetitos a placer. Si se ofendieron, ¡qué bueno! y qué pena por ellos, porque ni me voy a disculpar, ni me voy a retractar, y mucho menos me voy a callar.
Quisiera despedir este especial de Semana Santa con este razonamiento de Stefan Zweig, escritor, biógrafo y activista social austriaco:
Aquellos que anuncian que luchan en favor de Dios son siempre los hombres menos pacíficos de la Tierra. Como creen percibir mensajes celestiales, tienen sordos los oídos para toda palabra de humanidad.
¿Me invitas un cafecito?