La fotografía se convirtió en uno de mis hobbies favoritos, entre otras cosas, por el amor que lleva implícito.
Desde aquel primer viaje en solitario que hice a San Luis Potosí a los 23 años sin nada más que un (en ese entonces) novedoso celular BenQ del que no recuerdo el modelo pero ya incluía una camarita a color, y esta vieja compañera de viaje de mis papás…
Con la que hacía fotos no muy buenas, pero de todo corazón…
Hasta las cosas que, gracias a años de práctica, puedo lograr hoy.
Es precisamente esta fotografía de la Parroquia de Nuestra Señora de Fátima la que origina esta pequeña anécdota. La hice en 2019 durante una visita a la capital de Zacatecas y la subí a Instagram por el puro gusto de compartirla y (¿Por qué no?) presumir un poco de mi trabajo. Sin embargo, a finales del año pasado, una chica me escribió y pidió comprar una copia en alta resolución para utilizarla en la impresión de las invitaciones de su boda.
¡Felicidades, Monserrat y Abel!
Después de ajustar la foto a lo que ella necesitaba, enviársela y quedar pendiente de que por favor me mostrara sus invitaciones para conocer el resultado final, a inicios de esta semana me contactó para presumírmelas.
¡Me dio un gusto enorme ver mi fotografía lucir de ese modo! La edición cuadró a la perfección con lo que Monserrat quería: algo sobrio sin perder el mínimo detalle de ese hermoso templo de estilo neogótico y, en combinación con el excelente trabajo de Elías Barajas, fotógrafo contratado por la pareja para cubrir todos los pormenores antes y durante la boda, tanto la invitación por sí sola como la composición se ven increíbles.
Este es el tipo de cosas que me inspiran para seguir puliendo la técnica y aprender más. Más allá de la vanidad que llega a través del reconocimiento (no soy inmune al encanto de los likes y shares en redes sociales) e incluso de cualquier retribución, saber que mi arte puede contribuir a la felicidad de las personas hace que desee seguir empuñando una cámara por muchos años más.
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