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Ayer se fue «Don Stitch»
«Las noticias malas tienen alas» —reza el refrán— y en esta ocasión la premisa se cumplió a través de uno de mis vecinos, a quien solía llamar en mis adentros «Don Stitch» porque nunca supe su nombre y porque siempre que lo veía tenía puesta una gorra como esta, pero con careta integrada.
No tuve el gusto de tratarlo; recién lo noté el año pasado, cuando empezó el encierro por la pandemia y de la nada comencé a verlo pasar desde mi ventana mientras fumaba. Sin embargo, parecía ser un tipo bonachón o por lo menos agradable.
Caminaba con pasitos lentos, balanceándose gracias a un ligero cojeo en su pierna derecha. Su cuerpo rechoncho y el cabello completamente cano hacían contraste con la gorrita de aire infantil que siempre, sin excepción, usaba al ir a la tiendita de la esquina, al mercado o a donde se dirigiera con una bolsa para mandado en la mano.
El hombre me inspiraba mucha ternura. Después de todo, el paso de los años convierte a nuestros viejitos en niños nuevamente. También me producía una profunda nostalgia y cierta tristeza, pues al tratarse de un adulto mayor no tendría absolutamente nada que estar haciendo en la calle.
«¿Dónde están sus hijos? ¿Por qué nadie está haciéndose cargo de él? Si pudiera, si no tuviera más personas a quiénes proteger ni tanto miedo, me gustaría hacer sus compras y llevárselas a casa», pensaba justo antes de terminar mi cigarro, apagar la colilla y voltear la vista de regreso a mis propios asuntos.
All the lonely people, where do they all belong?
Eleanor Rigby. The Beatles.
Fue gracias a los infaltables chismes de vecinos que me enteré de su lamentable fallecimiento —por COVID-19, se comenta—. También supe que era viudo desde hacía un par de años y que, cuando su esposa murió, sus hijos le propusieron mudarse a vivir con ellos sin éxito (o quizá sólo uno de ellos lo hizo, o tal vez no fue así y simplemente lo dejaron a su suerte; nunca se sabe). El hecho es que Don Stitch terminó sus días en la casa donde había compartido quién sabe cuántos años con la que fue su compañera de vida.
Lo más probable es que para el final de la semana, cuando esta sensación como de tener un hueso de pollo atorado a media garganta haya pasado, me olvidaré de él. Sin embargo, justo hoy que pienso en lo triste que debió ser pasar a solas los últimos meses, no puedo evitar recordar este clásico:
Que descanse en paz, Don Stitch. Deseo que ya esté reunido con su señora en un lugar mejor que este jodido mundo virulento.
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