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Padre e hijo
Hace algún tiempo había estado bebiendo más de lo que quizás debería, gracias a que mi trabajo principal es de fines de semana y había tratado de trasladar mi vida social a intervalos entre el lunes y el jueves, días en que también me mantengo bastante activo. Mi nivel de estrés se mantenía alto 24/7 y casi diario llegaba a casa con ganas de abrir una cerveza o servirme un whisky, e incluso había situaciones que me mantenían cavilando por un buen rato y requerían que mi razonamiento fuera lubricado por alguno de los dos elixires ya mencionados.
El punto es que ya llevaba un par de meses así. Una noche, estando recostado en mi cama, se acercó mi papá; me preguntó qué hacía, yo estaba viendo algún video viral del momento y se lo mostré. Después de una leve sonrisa se sentó en la orilla de mi cama y me dijo, con toda la calma del mundo:
—Oye, sé que trabajas mucho, que tienes demasiado estrés encima, cosas que ocupan a tu mente, pero necesitas bajarle al cigarro y al alcohol. No quiero que tengas un problema mayor, tienes que cuidarte, necesitas bajar el ritmo, porque el que va a recibir todo el daño serás tú, y nos llevarás entre las patas a tu madre y a mí.
—Sí, papá —le respondí, también en calma. —Te prometo que ya le voy a bajar.
La noche siguiente llegó a mi recámara de nuevo. Yo estaba igual, acostadote haciendo nada, cuando me dijo:
—Oye, les mandé un video, ¿No lo viste?
—Ah caray, no. ¿Lo mandaste por WhatsApp o algo? —y ahí voy en chinga a revisar…
—No, se los mandé por Facebook.
Entré a Facebook y efectivamente, ahí estaba el video, pero no etiquetó a nadie. Lo puso en su muro y obviamente ya tenía likes de mi hermana, de algunos de mis primos, creo que también de un par de tíos. Le di play y me encontré con esto:
El nudo en la garganta no me permitió decir nada. Aproveché que estaba a medio recostar con el celular en la mano para bajar la mirada y disimular las lágrimas que comenzaban a salir; el tiempo que duró la canción ayudó a calmarme. Me levanté, le devolví el celular a mi papá y le dije: «Qué buena está esa rola del Stevens, ¡Gracias!». Le di las buenas noches, se fue y abrí una cerveza para pasar la saliva espesa acumulada por el llanto contenido.
Complicado, ¿no? Pero es comprensible hasta cierto modo: nunca hemos sido demasiado afectuosos, los dos somos un tanto torpes para expresar nuestras emociones, pero ambos sabemos también que aquí estamos y siempre nos vamos a apoyar. Así se las gasta mi papá para recordarme que, aunque sea más alto y fuerte que él en sus mejores años, siempre seré su niño; y yo, con todo y mi actitud de tipo rudo y autosuficiente, puedo darme permiso ocasionalmente de volver a ser un peque y devolverle, aunque fuera un poco, el apapacho.
Por cierto, tengo que enseñarle a etiquetar gente en sus publicaciones…
¿Me invitas un cafecito?