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Lluvia e inundaciones, un clásico en la Ciudad de México
La Ciudad de México, por ubicación geográfica y cuestiones climatológicas, es muy propensa a sufrir inundaciones.
Dos ejemplos relevantes: el primero ocurrió en 1629, durante la época colonial, cuando llovió sin parar entre el 21 y 22 de septiembre hasta llegar al punto en que ya solo se veía un pedacito de la entonces Plaza Mayor. La catástrofe fue de tal magnitud que hasta 1634, cinco años después, el agua anegada empezó a ceder y fue posible la reconstrucción de la ciudad.
El segundo es más reciente, pues una lluvia torrencial cubrió varias zonas de la CDMX el 15 de julio de 1951, lo que provocó una inundación de tres meses de duración que afectó a dos terceras partes de la urbe y tuvo como consecuencia principal el entubamiento del río Churubusco.
Si a la naturaleza lacustre de esta región del país se le agrega que la mayoría de sus habitantes suelen sufrir una alarmante carencia de cultura ecológica y, casualmente y sin darse cuenta, tiro por viaje se les cae la basura de las manos (no me incluyo porque, aunque vivo aquí, tengo la estricta regla de contaminar lo menos posible), no es de sorprender que pasen cosas como esta:
Hice la fotografía hace algunos años, cuando las lluvias torrenciales mantuvieron anegada a buena parte de la colonia donde vivo. Odio decir esto (no, la verdad, no) pero la culpa es de toda esa gente sin educación; de todos los que dicen “Es sólo una basurita, ¿Qué puede pasar?”.
La mayoría de las personas no aprende de sus errores, pero año con año se quejan y le echan la bolita al gobierno de turno que, si bien ha brillado desde siempre por su ineficiencia en cuanto a la logística y mantenimiento de los sistemas de limpia y drenaje (entre muchas otras pifias), tampoco tendría por qué ser la niñera de todos ni andar detrás de cada uno regañándolo cada que tira basura donde no debe, contribuyendo a la obstrucción de coladeras y vías de desagüe.
Siempre ha sido más sencillo señalar a otros que hacer el tremendísimo esfuerzo de responsabilizarse por sus propios actos. Resulta más cómodo ofenderse porque se les indica que algo está mal en lugar de admitir que se equivocaron (y si quieren no ofrezcan disculpas, que no son necesarias; pero sí corrijan su error), como la vez que estaba fumando en la ventana de mi estudio, un tipo tiró su papel con mocos justo frente a mi puerta y volteó hasta que le grité “¡Se te cayó tu basura, pinche cerdo!”. Por supuesto, reaccionó para devolver el insulto, pero ni en broma recogió su porquería.
Ya comienza la época de lluvias y lo que más necesitamos es prevenir situaciones que podrían ponernos en riesgo a todos.
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