No hay productos en el carrito.
BoJack Horseman: Una disección de la decadencia emocional
Son pocos los casos de caballos antropomorfos que conozco dentro de la cultura pop y de cada uno me he vuelto gran fan en su momento. Primero fue 30-30, la ruda ciber-montura de Bravestarr (a.k.a. Lupe Esparza); después fue Caballo Negro, un pervertido muy divertido siempre rodeado de otros de igual o peor calaña que él. Ahora toca el turno a BoJack Horseman, personaje del que me hice fan hace ya algunos años y a quien recordé hace poco, cuando empecé a retomar viejas series que ya había visto para ver si les agarro un nuevo saborcito.
En cuanto vi que había una serie animada cuyo protagonista era un caballo ex estrella de una sitcom en los noventas y dueño de una mansión en Hollywood sentí mucha curiosidad, en gran parte porque tiene ciertas similitudes con el ya mencionado Caballo Negro: se relaciona con humanos y con otros animales antropomorfos, su vida es un auténtico desmadre y, como nunca falta en las caricaturas para adultos, hay una buena dosis de sexo, drogas y rock n’ roll.
Sin embargo, conforme transcurren los capítulos, BoJack deja de ser simplemente divertido, rebasando en muchas ocasiones la frontera entre lo cagadito y lo grotesco. Lo que empieza como un tipo que se deshace en chistes escatológicos se convierte en un completo cabrón al que llega un momento en que odias y te hace pensar: «Ya no quiero ver esta mierda, la voy a quitar», aunque termina ganando el morbo sobre qué nueva desgraciadez va a hacer.
Después te acostumbras y viene la parte más incómoda: empiezas a identificarte (al menos a mi me pasó) con algunas situaciones y reacciones. Notas lo dolorosamente humana que es una simple caricatura y lo bien que retrata ciertas actitudes como el ego desmedido, las tendencias autodestructivas, lo solos que nos sentimos a veces cada uno de nosotros —como si fuéramos islas flotando en la nada del océano— y la cantidad de cosas estúpidas que somos capaces de hacer para evadir esa sensación y forzarnos a ver hacia el lado menos miserable, tratando de ser un poco felices rellenando con paja nuestros huecos existenciales.
¿Me invitas un cafecito?